Comprensión [Zu'kumbo x Okena]


La isla del Trueno fue una pesadilla. Luego de años, algo había vuelto a despertar en la fortaleza del legendario e infame Lei Shen. Okena había ido con su tribu para descubrir que escondían los vientos de la tormenta.

Se aventuraron por el bastión hasta llegar donde un eco del antiguo emperador había despertado. La lucha fue encarnizada, y pese que al final de forma misteriosa el eco se había desvanecido, antes Okena había recibido un brutal ataque. Los rayos habían quemado todo su costado y cuello, dejándola también con varios huesos rotos.

De no haber sido por Ve’gan, salvando su vida mientras la arrastraba fuera del combate, habría muerto allí mismo.

A partir de ahí estaba inconsciente, despertando a ratos breves por el dolor. Los kalari trataron de mantenerla estable y llevándola con una camilla preparada para que el viaje no hiciera más mella en ella. 

No podía ni recordar los sueños que tenía, solo dolor y más dolor.



“Zu’kumbo esperaba desde el poblado la llegada de su tribu, atento a sus bestias y protegiendo el lugar de amenazas externas. Echaba de menos a Okena, quién le contaba historias de sus viajes, al igual que hacía él mismo sobre sus incursiones.

Un fugaz pensamiento sobre ella pasó por su mente cuando vio la llegada, divisidando las cabezas de las hermanas amani – Saosawa y Moghana – encabezando, seguramente por pura aleatoriedad, el grupo. Luego Zeraji, a Zhulk…hasta llegar a su hembra, aunque no de la manera que se esperaba.

La vio tendida sobre una madera amortiguada, envuelta en vendas y pieles. El tono de su piel se había vuelto tan claro que casi parecía que adoptaba un color blanquecino.

Se acercó hasta plantarse a su lado, bajando su espalda hasta tenerla cara a cara. Con preocupación, acarició suavemente su cresta y su mejilla.

— Ayudadme a llevarla hasta nuestra choza. A partir de ahora, sus cuidados son cosa mía — dijo casi como si fuese una orden llena de furia. No quería perder su sonrisa, su alegría y la ternura que despertaba cuando hablaba con él y de los momentos que pasaban, siempre que podían, con sus cachorros…

Además de su calor.


Los cachorros miraron a su madre con una expresión de pura sorpresa e incertidumbre. La muerte acechaba a los trols cada dos por tres, las guerrillas formaban parte de ellos, por lo que los pequeños sabían lo básico sobre el tema.

— ¿Ma’da se va a morir? — preguntó Tazun, con lágrimas en los ojos.

— Cuidaremos de ella entre todos, y llevaremos ofrendas a los loa. Lo que ocurra después lo tendremos que dejar a manos de Lukou.

Zu’kumbo tenía que mantener el temple para otorgar calma en la choza. No podía mentirles y decirles, sin estar seguro, que todo saldría bien; pero no daba por perdida a su Oke en lo profundo de su alma.

Voy a estar a tu lado siempre, pase lo que pase — pensó, transmitiendo sus sentimientos con un apretón de manos, suave y lleno de ternura.”



Poco a poco, el cuerpo de Okena se recuperaba y tardó tres días en recobrar la consciencia y la razón. Las heridas cicatrizaron bien y en cuanto pasara un tiempo más, volvería a tener la piel libre de señales. Ya podía hablar, mover sus brazos, aunque necesitase todavía quedarse postrada un poco más.

Veía a Zu’ku echarle un vistazo contantes veces y dedicando tiempo, entre llevarle la comida y cambiando las gasas, siempre con atención y mesura.

Los cachorros la tocaban, la abrazaban con sus bracitos y le dedicaban besos a sus mejillas y frente, viéndose felices de ver a su ma’da mejorar.

Lo único que la dejaba intranquila eran los recuerdos que pasaron fugazmente por su mente, estando entre la vida y la muerte. La imagen borrosa de su propia madre protegiéndola a ella y a su gemela Ereka, su padre llorando desconsolado por la pérdida pero abriendo su corazón tiempo después a otra hembra, con quien tuvo a sus hermanos menores. No se crió con uniones de por medio, mi muertes arrastrando a sus amados a seguir el mismo destino.

Y lo comprendió una vez despertó y vio a Zu’kumbo acariciando su cabeza con emoción, junto a sus cachorros.

— Aquí estoy, todavía con ganas de seguir mi camino — dijo en aquel instante Okena con la voz temblorosa pero decidida.

Aunque ya estuviera fuera de peligro, tenía muchas cosas que decirle al trol que amaba, recordando los fugaces pensamientos cargados de celos hacía una hembra que jamás conoció. Era un tema delicado, pero necesitaba expresarlo, más todavía cuando ya había visto lo frágil que era su vida.

— Lok’dim — le llamó, una mañana en la que los cachorros estaban jugando con sus peluches, ya pudiendo levantarse.

— Dime — Zu’kumbo había vuelto de vigilar a los raptores.

— Tengo que hablar contigo ahora que tenemos privacidad — le tomó la mano y le hizo sentarse a su lado al lado de la mesa donde comían.

Tomó una bocanada de aire y lo expulsó mientras juntaba las manos y daba palmas nerviosas.

— Creía que iba a morir, estaba segura por completo — empezó, acariciando la mano de Zu’ku. — Sentí como mi cuerpo perdía todo contacto con mi alma una vez me desplomé ante aquel eco de Lei Shen.

— Pero te equivocaste y como la fiera que eres, has salido de ésta — la animó respondiendo a su caricia.

— Lo sé, y me alegro mucho. Hay tantas cosas que me gustaría poder confesarte durante estos días postrada — suspiró, temerosa. — Recuerdo el día que nos entregamos por primera vez, cuando me atacó aquella tarántula gigante del templo de Kimbul, durante la prueba de Suki. Te abriste a mí y me dijiste tu historia, nombrando a tu anterior hembra…

— Ese día me sentí aliviado de poder permitirme algo que me negaban, de poder tener una oportunidad de vivir sin preocupación por el destino que me podía deparar. 

— A eso quiero llegar, pero necesito explicarte más: aún cuando me hablaste de no volver a unirte a nadie, una parte de mí se sentía extraña y celosa. Eres el primer macho con el que me había entregado por completo y tenía miedo de que ella pudiera volver. De qué todo lo que construimos se perdiese.

— Tiramisu no va a volver, Oke — trató de tranquilizarla.

— No te preocupes, porque comprendo bien tu postura. Mi chaa’ko y mi ma’da jamás se unieron, al igual que él no lo hizo con su segunda hembra. Mis hermanos y yo nos hemos criado donde el amor de Lukou era igual de intenso con o sin unión de almas. — hizo una breve pausa, más tranquila. — La verdad es que pensé en la muerte de ma’da y lo comparé con lo que me ha pasado. Zhima puede cuidar de los cachorros, pero no es lo mismo que un padre que los guie y los ayude a recorrer su camino. Mi muerte pudo haberte arrastrado y privarlos de eso. Y con lo de Tiramizu, no deseaba que pases nuevamente por lo mismo.

Zu’kumbo se quedó unos segundos callado, hasta que tomó la palabra.

— Gracias por comprenderlo, es importante para mí — dijo aliviado. — Está en nuestro modo de vida sobrevivir en constante peligro, no te tortures.

— Puede que no nos unamos, pero eso no significa que te vaya a querer menos. Te abrí mi alma, mis puertas espirituales y te entregué mi corazón; y sé que tú también me quieres.

— Claro que te quiero, fierecilla — le sonrió.

— Quiero que seas feliz y alcances la tranquilidad aún cuando yo me muera, te lo prometo.

Se abrazaron, estrechándose mutuamente.

— Y yo te deseo lo mismo.



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