La despedida [Wunjo x Ayoti]
La noche en la isla kalari estaba tranquila, con el oleaje como único sonido que se podía escuchar desde la choza de Ayoti. La trol estaba asomada en el improvisado porche, cerca de donde estaba el pequeño altar que Wunjo y ella habían montado en honor a Gral, loa de los mares y océanos. Estaba siendo un momento provechoso para poner en orden sus pensamientos, luego de su experiencia en Zul’Aman, con el resto de la tribu.
El estrepitoso fracaso dentro de la zul y el notable enfado de sus habitantes en torno a Jan’alai era uno de los principales motivos que la habían preocupado; pero sin duda alguna, el peor de todos fue durante una fuerte discusión que tuvo con Kaia. Ambos tocaron temas que afectaban mucho sus almas y las atormentaban, pero no fue hasta que Ayoti tuvo un pensamiento intrusivo de tomar el cabello de la sacerdotisa de Kimbul y estamparla contra la mesa, sin importar que estuviesen los kalaris presentes.
Supo contenerse, pero dentro de ella sabía que ese arrebato venía de mucho antes. Ya se había enfurecido como nunca antes cuando las olas no la dejaron lucirse en la celebración en honor a Mee’chui, habiendo sido en el pasado una buena surfista. Una furia irracional, como si estuviera perdiendo el raciocinio. Zeraji ya le advirtió sobre el tema de las pociones berserker, que poco a poco dañaría su mente y fortalecería su cuerpo, hasta transformarle en un trol temible.
Ayoti tan solo tenía que mirar sus brazos para notar como sus venas lucían más hinchadas de lo normal, incluso cuando no estaba tensa.
– Al final se han quedado dormidos, al llegar a la parte en la que Xibala está rodeada…–. La llegada de Wunjo la hizo despertarse de sus ensoñación.
El prelado estaba tranquilo y su sonrisa era conciliadora. Ayoti le devolvió el gesto, pero ausente.
– Tienes buena mano contando cuentos –.
Ambos quedaron uno al lado del otro, observando el mar. Wunjo tomó una bocanada de aire antes de dirigirse a ella y empezar con la conversación.
– ¿Cómo te encuentras? Apenas hemos tenido tiempo para hablar desde que nos separamos en Zul’Aman –.
Ayoti se mordió el labio. Quiso ir al grano y empezar a contarle lo que realmente sentía en aquellos momentos.
– Todo mi alrededor empieza a volverse niebla ante mis ojos. Todas las palabras que me dicen y no me gustan hacen que quiera usar mis manos, pero no para bien –. Hizo una pausa, tragando saliva. – Ni siendo como soy normalmente, jamás se me habría pasado por la cabeza agredir de una forma tan salvaje a Kaia. Y menos en territorio incierto –. Vio a Wunjo abatido, pero prefirió proseguir antes de dejar que hablase. – Sabía que este día llegaría, Prelado’shi, porque beber pociones de ira berserker tiene sus costes y ya los estoy pagando –. Entrecerró los ojos en otra pausa, esta vez mirando hacía la arena, mirada abajo. – Un día despertaré y ya no recordaré nada de lo que fui, solo seré una mole que vivirá para destrozarlo todo a su paso –.
Viéndose apurada, pronunció una nueva frase.
– Lo peor de todo es que le estoy enseñando a Sen’jee’ji el mismo camino –.
Lista para escuchar las palabras del zandalari, calló, con un nudo en el estómago que le hacía temblar en su sitio. Cuando estaba con él, podía permitirse ser más “vulnerable”.
– Debe de haber alguna forma de enderezar tu camino – pronunció Wunjo. – Eres una de las mejores guerreras de la tribu y Ogoun no ganaría nada perdiéndote como su seguidora y su representante… –.
– Ayoti reprimió una carcajada nerviosa.
– No me perdería. Ogoun seguiría teniendo su mole destructora – dijo amargamente. – Zeraji no está y no puedo evitar reirme pensando que necesitaría ayuda de ese… Bueno, iba a decir “cabronazo”, pero es mi sumo sacerdote y toda la rabia que le tuve en el pasado se esfumó –. La leve jocosidad de su último comentario se esfumó ante sus siguientes palabras. – Pero le perdimos de vista en Zul’Aman y no podría ir allí a buscarle –.
– ¿Dónde es fuerte su culto? – preguntó nuevamente Wunjo.
– Donde fuego y magma, donde los tambores de guerra resuenan constantemente… –.
– Seguro que sus seguidores podrán ayudarte –.
Ayoti cayó en la cuenta sobre algo que supo hace relativamente poco.
– Los Atal’Torcali tienen un asunto delicado entre manos con un trol temible y quizá algunos Atal’Ogoun vaya a reunirse sobre ese hecho al respecto –. Suspiró. – Es preguntarle a Zelwaru, así que puede que vaya con ellos, aunque lo haga sin la ayuda de Zeraji –.
Un breve silencio se hizo antes de que fuese respondida.
– Sé que me lo pediste en Zul’Aman pero… ¿seguro que quieres emprender este viaje sola? –. La hembra suspiró pero le dedicó una mirada decidida.
– Esta batalla es solo mía –. Tenía una punzada de ternura hacia él y le habría dejado acompañarla hasta el fin del mundo, pero aquel asunto requería objetividad. – Es mejor que no se ausenten tantos sabios de golpe, porque la Kalar’aka’jin va a necesitar mucha ayuda. Es una hembra fuerte y poderosa, pero sola no podrá cargar con todo el peso de la tribu, y menos ahora –.
Se sentía extraña pronunciando unas palabras cargadas de sentido común, pese a que los últimos años estuvo centrada por el bien de los kalaris. Toda su vida se basó en vivir la vida hasta exprimir sus energías, porque pensaba en el día que Bwonsamdi se llevaría su alma al Otro Lado, una vez cayese en batalla; y Ogoun llevando su nombre entre todos aquellos grandes señores de la guerra y guerreros destacados en la historia de su raza.
¿Qué iba a pasar si se entregaba a la furia, llevándose a tantos enemigos por el camino como pudiese su fuerza bruta?
Cometió un sinfín de errores que incluso hicieron peligrar la vida de aquellos quienes la rodeaban, siendo su primogénito uno de ellos, cuyo destino fue discutido entre el propio Bwonsamdi y Lukou, atrapado en un embarazo sin fin. Por ello, gracias a la intervención del cazasombras Sen’jar, fue salvado a cambio de seguir el mismo camino. Si bien Mauari aceptó de forma genuina y con honor, pese a su pronta edad, aquella vida, Ayoti no podía evitar sentir punzadas de culpabilidad por culpa de aquella estúpida decisión que lo inició todo.
Y en aquel preciso instante… ¿Iba a ser siempre así? ¿Tendría una y otra vez aquellos cambios bruscos? ¿Terminaría destruyendo lo que quería sin poder remediarlo, manchando sus manos transformadas en las de un ser descomunal?
– Siento que tengas que estar pasando por esto, nunca he sido una guerrera y hembra estable – empezó a decir, más alterada, pero sin levantar su voz. – He sido y sigo siendo demasiado temperamental para ser realmente una trol sabía… –. Le veía claramente, de arriba abajo. Wunjo, prelado de Rezan. Wunjo, kalari’shi de la tribu. Wunjo,…
…el padre de sus hijos.
Pero, ¿realmente se lo merecía como compañero de vida?
– Es más, hay quienes te aportarían más que yo como hembra –. En la tribu las había con habilidades, formas de vida y de pensar mucho más estables. Él era dado a entablar buenas relaciones con los demás y compartía un espíritu competitivo contagioso entre el resto. No era descabellado que encontrase su media fruta en alguien con quien congeniar en su totalidad.
Kaia, por ejemplo.
En medio de aquel pensamiento intrusivo, Wunjo le dio un toque en el brazo, clavando sus nudillos en el bajo hombro. Ayoti exclamó un largo grito de escozor, frotando la zona dolorida con la mano.
–...que seas capaz de decir esas palabras dice más de tu inteligencia que de otra cosa. Te puedo permitir que vayas de viaje sola a encontrarte a ti misma, pero no suelo permitirle a nadie que se atreva a decir tonterías de la Señora de la Guerra… –. La expresión le había cambiado, mostrándose más adusto. – …y tú no vas a ser la excepción –.
Ayoti parpadeó exageradamente un par de veces, perpleja y soltando un balbuceo a continuación.
– Me acabas de dejar desmontada, Prelado’shi –.
– Pues medirás tus palabras la próxima vez –. Al ver como sonreía de lado, relajó sus hombros.
– No se puede quejar esa Señora de la Guerra, que le ha salido un buen aliado – dijo antes de soltar una risotada que le quitó parte de la tensión acumulada. – Mañana no me saldrá un moratón, sino una piedra como las que luces en la piel –.
– Tampoco ha sido tanto… –.
– A ver, tienes el poder del Sol y la forma de un demosaurio, machote –. Dicho aquel comentario, ambos rieron más aliviados.
Sus vistas se clavaron nuevamente en el mar, más tranquilos y con confianza renovada.
– ¿Has hablado con Kijara’jin? – preguntó una vez más Wunjo, más calmado.
– Se lo he dejado caer, pero merece una explicación más razonable –.
– Sí… – le respondió asintiendo con la cabeza. – Cuenta con tu consejo en la tribu al fin y al cabo –.
Lo que había empezado siendo una punzada de ternura estaba desembocando a un arrebato de cariño que ruborizaba su rostro como la primera vez. No podía terminar aquel momento de una forma tan agridulce, y menos cuando el momento de partir estaba tan cerca.
– Quizá me guste demasiado el sol, pero la luna se ve especialmente preciosa esta noche –.
– La luz le da un bonito brillo a tus colmillos – contestó Wunjo, alzando sus cejas con picardía.
– Son para atraer a la presa y luego… – espetó, soltando una dentellada exagerada a continuación.
Ambos volvieron a reír durante un breve momento hasta que el zandalari se calmó.
– Vuelve de una pieza, ¿vale? Sen’jee necesitará que la guies con lo que aprendas y E’ko no me va a dejar en paz si no luchas con ella –. Su segunda hija tenía un carácter muy fuerte y pensar en ese rasgo le hizo sonreír.
– Eso espero, pero ojalá pudiese decir que lo haré, porque esta vez ya no lo sé. Quizá ya no sea la misma –. Se volteó para encarar mejor el rostro del prelado, aunque tuviera que estirar su cuello ante la notable diferencia de altura entre ambos. – Si eso pasa, cuida el doble de los pequeños y de Sen’jee’ji. Hazlo por mí –.
– Cuidaré de ellos, estate tranquila –. Ella lo contemplaba con ternura mientras hablaba. – Aunque nuestro camino cambie y sigamos aprendiendo, somos los mismos, porque han sido nuestros caminos los que nos han llevado hasta aquí, y tienen que seguir adelante –.
Ayoti tomó su mano y le dio un apretón con la suya. El camino que la llevó hasta él empezó con la arena dorada y aguas cristalinas de las Islas del Eco, pero también con sangre, flores teñidas y ceniza. En los momentos más oscuros, donde no había luz ni fuego que pudiese iluminar sus pasos, siempre anduvieron mirando al frente.
Vivir después de tanto había valido la pena, porque luego de la oscuridad, el sol finalmente había salido en el campo de batalla, hasta llevarla por las más frondosas tierras, donde poder disfrutar del lado más hermoso de la vida.
Wunjo terminó de encararla, con ambos estrechándose e inclinándose para sellar sus labios. Al igual que su alrededor, el sabor de su macho recordaba al mar, a la sal y a la brisa que acariciaba su rostro cuando se alzaba sobre las olas con su tabla. El beso se intensificó, buscando desesperadamente aferrarse a la calidez de su boca, mientras rodeaba su cintura con los brazos. No fue capaz de soltarlo incluso una vez separados ambos rostros, tomando bocanadas de aire.
Una sensación de calidez recorrió su cuerpo hasta el bajo vientre, entrelazando sus piernas y tragando saliva, anhelando más.
– Deberías descansar y tomar fuerzas. Este viaje necesitará que estés al máximo –.
– Ya descansaré luego – respondió tajante. – La verdad es que quiero aprovechar despierta todo lo posible –. Su tono se tornó más grave, pero cargado de deseo. Esta vez tenía un arrebato distinto al de antes, uno que conllevaba buscar un lugar donde no despertasen a los cachorros, y a su vez que fuese privado. – Si me tiene que pasar algo, al menos me llevo un último buen recuerdo, ¿no crees? –.
Wunjo le dedicó un gesto de complicidad y picardía.
– Entonces intentemos que recuerdes esta noche por algo más que la luna esté bonita –.
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