La danza del alajinete [AN'YA]

El viaje para asegurar el culto a Hir’eek había dado finalmente, después de meses explorando aquella extraña isla y enfrentando sus peligros. An’ya acompañaba al Hir’eek’ako Rag’wi y a la sacerdotisa Ra’eesah, movida por su fe y sus deseos de fortalecer a dicho culto. Aunque también la motivaba otra meta, alimentada por el orgullo y deseos de liberación; porque ya no tenía opciones para hundirse en la miseria, y dejarse achantar por palabras envenenadas y heridas que sangraban causadas por un pasado que no podría cambiar jamás.

Quería ser un alajinete. Quería dominar los cielos y mirar muchas cabezas desde lo más alto. Quería danzar bajo el manto de la oscuridad, al lado de hijos y leales a Hir’eek.

– Bueno, parece que desde que estuvimos por la zona, el culto ha ido creciendo – dijo Rag’wi, dentro de Zul’Gurub.

– Más les valía mostrar su devoción tras nuestra última visita – añadió Ra’eesah. An’ya miraba maravillada lo grande y viva que se sentía la zul. Alajinetes sobrevolaban aquella zona en concreto, dando a entender que estaban cerca del gran totem dedicado al Rey de la Noche.

– Deberíamos organizar la construcción de un templo aquí. Uno más grandioso y mejor que el de Nazmir – prosiguió el Hir’eek’ako. – Me gustaría que El Señor del Cielo Nocturno decidiese tener aquí su morada cuando regrese –.

– ¿Dentro de la zul? – preguntó la rebanacabezas. Por su tono de voz, parecía reticente.

– No, en la selva –.

– Bien –. 

An’ya pudo apreciar de refilón que Rag’wi relajaba la mirada.

– Aquí es donde aprendí a montar en murciélago. En el de mi padre, Arcto –. El tono de voz usado por el pelirrojo demostraba nostalgia. La bebesangre suspiró internamente. “¿Me sentiría igual si pisase alguna vez Costa Oscura?”. – ...antes de ir a vivir en la selva –. 

Ra’eesah abrió la boca de nuevo, siguiendo con una conversación de la que An’ya únicamente escuchaba.

– ¿Cómo fue tu primer acercamiento? –.

– ¿A los alajinetes? Mi padre lo era –.

– A los alasangres… –. An’ya miró el cielo instintivamente, clavando sus ojos en aquellas imponentes criaturas.

– Ah. Pues…Ni siquiera lo recuerdo. Chaako me llevaba en el suyo desde muy pequeño. Como yo a los cachorros –. Se le vino a la cabeza los trillizos que él había tenido con Ra’eesah, junto con los dos con Ma’qui hace tiempo. – Se podría decir que crecí a lomos de un alasangre, ¿y el tuyo? –. 

– Eso explica muchas cosas – contestó la rebanacabezas, haciendo una breve pausa antes de proseguir. – En la selva. Estudiando a distancia, dejando que supiera de mi existencia. Llevó tiempo –. 

No tardaron mucho en percatarse los tres que no estaban solos y otro trol se acercaba a ellos con paso orgulloso. Rag’wi prosiguió con una última vez con el tema antes de dirigirse al recién llegado –: Si te refieres a U’bara, la rastreé y observé durante un tiempo, y luego la cacé y la domé –. Le miró de arriba abajo. – Godeshi, Atal’Hir’eek –.

– Godeshi, Hir’eek’ako – respondió el aludido. 

An’ya le saludó con un cabeceo firme y Ra’eesah parecía estudiarle con la mirada, antes de responder. 

Al hacerlo, ambas saludaron al unísono.

– Me han dicho que requerías la presencia de un Mek’ju. ¿En qué puedo ayudar? –. Estaba claro que la atención estaba puesta en Rag’wi, como si no se percatarse de la presencia de las dos hembras.

– ¿Qué tal los alajinetes? ¿Crece su número? – interrogó observando a los que sobrevolaban la zona.

– Bueno, sabes mejor que nadie que está costando recuperarse… Pero hacemos todo lo posible. Verte les sube la moral, sin duda –. Rag’wi asintió a aquello. – La crianza va bien. Aunque aún nos queda mucho trabajo para volver a los viejos tiempos –. 

Se hizo una pausa, con Rag’wi cambiando de tema a los pocos segundos.

– Estas son An’ya – presentó señalando a la bebesangre. – Y Ra’eesah, sacerdotisa de Hir’eek. Ambas de mi tribu –. 

– Godeshi, Mekju – saludó nuevamente, seguido de otro cabeceo. 

Notó como la mirada del alajinete la examinaba, tanto a ella como a la rebanacabezas.

– Godeshi, soy Zotz –. El saludo dirigido a  An’ya fue el más breve, pero entendió que Ra’eesah tenía más “status” que ella por su posición como sacerdotisa. Pero a pesar de ello, el Mekju siguió centrado en el Hir’eek’ako.

– ¿A qué te refieres con “todo lo posible”? ¿Qué habéis estado haciendo aproximadamente? –. Ra’eesah era de ir al grano, difícil de achantar. Otro rasgo que a An’ya le encantaba de ella.

– Hemos incrementado el número de partidas de caza. Tanto en los alrededores como más allá – respondió entonces Zotz con un tono seco. Según la trol oscura, no estaba haciendo amigos precisamente entre ambas hembras. 

– Para conseguir más fieles – contestó Rag’wi por el Mekju referente a la respuesta de Ra’esaah.  

– La caza no solo es para alimentar a los alasangre, Hir’eek’ako – respondió el gurubashi, centrado únicamente en él.

– Bien. ¿Has dicho que teníais alasangre en el establo? –.

– Así es – afirmó Zotz. – ¿Queréis echarles un ojo? La última partida de entrenamiento debe de haber vuelto no hace mucho –.

– ¿Quieres uno? –. Esta vez, Rag’wi le hizo la pregunta a la propia An’ya, dejando a Ra’eesah con gesto de puro desacuerdo y al Mekju desconcertado.

La bebesangre frunció el ceño, sabiendo bien lo que deseaba.

– Quiero establecer el vínculo a la vieja usanza – habló encarando a Zotz. Éste la miraba de arriba abajo.

– Una aprendiza, ¿eh? –. 

– Uno contra otro, en una cacería –. 

– Entonces necesitarás una lanza, como una rebanacabezas – añadió el Hir’eek’ako.  Luego miró al maestro de viento. – Quiere su propio alasangre, pero parece que iremos a la selva a buscarlo –. 

– Así es como lo hacen los auténticos alajinetes – respondió Zotz y asintió satisfecho. – Aunque parece un poco verde…si me lo permites –. 

“Adiós a ese resquicio de amabilidad que parecía tener” – pensó An’ya, arrugando la nariz.

Rag’wi se apartó la máscara y dejó entrever que no estaba conforme con aquella respuesta.

– ¿Creés tener mejor criterio que el Hir’eek’ako? –. Ra’eesah volvió a hablar, recriminando al Mek’ju. 

– ¿En qué sentido? – prosiguió Rag con aquel interrogatorio.

– En absoluto, pero puedo ver que le faltan callos aún –. La respuesta de Zotz hizo que An’ya apretase los dientes bajo el yelmo. – No dudo de su temperamento, pero le falta experiencia –.

“¿Qué sabrás tú de mi experiencia?” –. Empezaba a cansarse de que la subestimen y la sangre le hervía de ira contenida.

– Como alajinete quizá, si fuese experta y tendría uno, ¿no crees? – espetó Rag’wi. – Pero en otras áreas… ¿Quieres medirte con ella? –. El tono empleado calmó un poco a la bebesangre.

– La experiencia se trabaja. Lo importante es la capacidad, no dudes de la suya tan rápido, Mek’ju – añadió la rebanacabezas, completamente clara.

– Si viene con el Hir’eek’ako, eso me basta –.

– Entiendo que no conoces a los kalari. La próxima vez piensa antes de hablar, Hir’eek nos enseña a escuchar y a actuar con sabiduría –. An’ya no podía evitar sentirse orgullosa de sus capacidades y de aquella muestra de confianza por parte de ellos dos.

Zotz asintió, pero le dedicó una mirada amenazante a Ra’eesah. 

“Craso error, colega”. 

– ¿Te queda algo por decir? –. Ella mantenía el tipo, sin achantarse y respondiendo firmemente.

Rag’wi  cambió de tema.

– ¿Por qué no traes una lanza de rebanacabezas, Mek’ju –. 

El aludido asintió.

– Puedo guiaros también a un claro donde suele verse alasangres más veloces –. 

– Bueno, nos ahorrará tiempo –. Les dedicó una mirada a ambas hembras. Zotz le entregó la lanza que tenía detrás del tambor cercano a ellos. – Necesitarás una cuerda además de una lanza –.

Una vez le entregaron a An’ya lo que necesitaría, relajó su expresión de irritación.

– Y el resto, lo sabrás cuando lo necesites – le aconsejó Ra’eesah.

Hubo otro cambio de tema, debido al asunto en cuestión.

– ¿Queda muy lejos ese claro? – preguntó nuevamente Rag’wi.

– Si vamos a paso ligero… Un día de camino – le respondió Zotz. Luego se dirigió a Ra’eesah. – Puedo hacer que le habiliten una estancia a la sacerdotisa si desea quedarse –.

– La sacerdotisa irá con el Hir’eek’ako. Gracias por el ofrecimiento pero no será necesario. Podéis prepararle la estancia a para nuestra próxima alajinete. 

– No me hará falta – habló finalmente la bebesangre. – Soy más de dormir en las piedras o en las ramas –.

Vio a Rag’wi poniendo una mano en el hombro de Zotz, pero no alcanzó a escuchar lo que le decía. Nada bueno sí había puesto un gesto de haber comido un limón.

– Bueno, pues nos pondremos en marcha cuanto antes – terminó de decir el Hir’eek’ako con un tono más animado.

Ra’eesah se quedó un poco apartado junto con An’ya y ambas se miraron mientras el Hir’eek’ako y Zotz se alejaban un poco. La confianza que la rebanacabezas había depositado en ella, con una leve sonrisa de complicidad dentro de su forma de expresarse, hacía que la bebesangre sintiera una punzada de alegría en su corazón. Tanto tiempo sintiéndose infravalorada incluso dentro de los kalari casi terminó por destruirla, pero sacó las fuerzas y la determinación suficiente para centrarse en lo que realmente le importaba: el culto de Hir’eek y el círculo del Hir’eek’ako.



Cuando llegaron al lugar indicado, Rag’wi dejó ir a U’bara para que fuese por su cuenta con otros alasangres de la zona. Las criaturas estaban colgando de los árboles, en aparente reposo, ante la mirada analizadora de los trolls presentes. Para An’ya, cada murciélago que veía era más majestuoso que el anterior. Era como un viejo sueño lejano que lejos del olvido, había retornado para dejar claro que había metas y recuerdos que jamás morirían.

La noche estaba bien presente y Rag’wi preguntó si estaba lista.

– Sí, Hir’eek’ako.

– Lo cierto es que cuando yo vine a por U’bara no me dieron muchos consejos, pero no dejes que te coma – añadió Rag’wi dándole una palmada en la espalda. Contacto que le provocó un escalofrío que le dejó una sensación cálida.

– Bueno, ya saben lo que dicen del musgo negro – bromeó An’ya rápidamente para quitarle hierro al asunto.

– ¿Qué es picante?

– Nn-noo, más bien mortífero. No le sentaría bien a su estómago –. 

Decidió callarse.

Zotz abrió la boca para dar por iniciada su explicación.

– Es parte del ritual que sea el propio aspirante quien encuentre su manera de aproximarse a los alasangres – puntualizó, mirando a An’ya.

– Pues eso, elige uno y al lío – añadió Rag’wi de nuevo.

– Nosotros no intervendremos a menos que lo pidas, ¿entendido?

An’ya asintió y a su vez, Ra’eesah imitó el gesto mirándola transmitirle confianza.


Había llegado la hora.


Fue así como la bebesangre empezó a moverse de una forma lenta entre la maleza, aprovechando la oscuridad. El chirrido del alasangre al que había interceptado con la mirada le recordó que no tenía que mostrar sus cartas tan rápido, continuando entre las altas hierbas mientras se adentraba a su territorio casi como si se tratase de una serpiente. El entrenamiento de Xukah y las enseñanzas de baile por parte de su antigua tribu ayudó a que An’ya tuviese una agilidad y facilidad para moverse sigilosamente de forma eficiente y provechosa. Sobre todo cuando le tocó cazar kaldorei con tan solo trece años para su rito de adultez y sobrevivir por Kalimdor hasta que entró el gurubashi en su vida.

El alasangre, demostrando que no era como cualquier otra criatura que consiguiera acechar tan fácilmente, emprendió el vuelo, pero sin alejarse, observándola con chillidos que ella interpretó como de molestia. 

– Yu’do –.  Se inclinó, para acechar al animal. Sin previo aviso, se lanzó hacia el tronco del árbol, tomó impulso pateándolo y trató de acertar con la cuerda para mantenerla atada.

No surtió efecto.

El alasangre evitó a la hembra para contraatacar lanzándose en picado con los colmillos listos. An’ya lo esquivó rodando por el suelo. 

“Esta noche comprobaremos si estamos destinados”

Ambos se cruzaron las miradas, con el alasangre revoloteando por encima de su cabeza, en círculos. Aprovechó para lanzar la cuerda, esta vez consiguiendo rodearle el cuerpo. An’ya no se felicitó por ello ni sonrió, sino que miró a su rival con respeto.

– ¿Bailamos? –. Trató de trepar, pero el murciélago no cedía y siguió volando, hasta quedar colgada y dando vueltas mientras el ser trataba de zafarse de ella a toda costa. La resistencia de sus brazos le permitió llegar hasta el lomo y sentarse en él mientras usaba la cuerda de riendas. Le dio unos toques con la parte baja de la lanza para instar a volar al mismo ritmo que ella, pero el alasangre seguía en sus trece.

Contraatacó nuevamente, volando hacia arriba solo para girar verticalmente, dando una gran vuelta descendiendo una vez más en picado. Aquello hizo que las piernas de An’ya quedaran colgando, únicamente haciendo uso de sus brazos.

– ¡YU’DO! –. Tratando de hacer fuerza en sus brazos para abrazarse con las piernas al cuerpo del murciélago, a pesar de los bandazos que daba para hacerla caer. Sin ceder, An’ya exclamó un grito al verse con las palmas de las manos rojas y doloridas, pero no cedió.

Consiguió sentarse nuevamente en el lomo y se sujetó con más fuerza, con determinación. El alasangre estaba diciendo, o eso lo sintió la hembra, mientras marcaba la dirección en la que quería que girase. 

– Vamos a volar, Dirak –. Emprendió el vuelo, con una sensación de libertad jamás antes experimentada. La brisa que corría en la piel descubierta de su cuerpo se erizó y un grito de triunfo se escapó de sus labios.

La noche se sentía más envolvente que nunca, y las lunas más cercanas. Al poco, se percató de que el Hir’eek’ako estaba montado sobre U’bara y se unió en aquella danza alajinete donde el manto de la oscuridad les pertenecía.


Al bajar, Rag’wi la tomó de la cintura y la levantó en el aire, emocionado.

– ¡Muy bien! –. An’ya celebró también el momento, hasta que la seriedad volvió y la bajó para tratar de retomar la imagen de ‘ako. En ningún momento la hembra se ruborizó por ello, demasiado extasiada por su triunfo. 

– Buen trabajo – añadió Rag’wi rápidamente.

– Gracias, Hir’eek’ako.

Ra’eesah y Zotz se acercaron, para felicitarla. El macho la miraba con una amplia sonrisa.

– Ahora tendréis que conoceros y conseguir que confie en ti – comentó el pelinaranja.

An’ya asintió.

– Ha sido una demostración de destreza, An’ya – dijo la rebanacabezas con orgullo. Música para los oídos de la bebesangre.

Mirando a Dirak, le señaló.

– Os presento a Dirak, mi futuro compañero –. Apoyó la mano sobre la cabeza del alasangre, quien estaba cansado de tanto baile.

– Un buen ejemplar, sin duda. Robusto y veloz – pronunció Zotz, convencido.

– Y con un buen nombre –. Rag’wi fue a examinarlo hasta que se percató de un detalle. – ¿Una cicatriz? –.

An’ya miro que, en efecto, tenía una cicatriz en la frente.

–...es muy parecida a la que tengo donde estaba antes mi colmillo izquierdo – contestó con cierto asombro.

– Bueno, las cicatrices de ese estilo se parecen todas –. Interrumpió con una risa. – Hablando de cicatrices, ahora sí que voy a darte un consejo: No te acerques a él mientras esté comiendo. Al menos hasta que confíe en ti –.

– Tomo nota, gracias Hir’eek’ako –.

– El Señor del cielo de Medianoche os ha juntado, sin duda – afirmó Zotz, una vez más, contento con el resultado.


Un cambio de conversación hizo que Zotz lanzase una pregunta importante:

– Oye, Hir’eek’ako. ¿Seguro que necesitáis más alajinetes en tu tribu? Tu chica podría venirnos muy bien por aquí, ¿sabes? –.

An’ya abrió los ojos, perpleja.

– ¿Quieres quedarte? – preguntó Rag’wi.

El amor por Tuercespina fue a primera vista, pero la bebesangre tenía bien claro su lugar.

– Gracias por el ofrecimiento, pero mi sitio está con el Hir’eek’ako y los kalari – dijo sin titubear.

Vio una pizca de decepción en el gurubashi.

– Pero tengo algo que pedir, como un favor, si no es muy atrevido… –. Recordó, sobre un asunto que tenía pendiente en Zul’Gurub. – Hay dos alajinetes con las que quiero hablar –.

– ¿Son de aquí? –.

– Sí, son Aezla e Ikka, las hermanas del antiguo cronista –. 

Rag’wi ladeó la cabeza.

– Ikka es así como de alta y pelirroja, con un murcielago negro – contestó mientras hacía señas para marcar la altura.

– Uhm… Ikka sé quién es, y la otra me suena. Puedo pedir que te lleven con ellas –. An’ya le agradeció a Zotz.

– Tengo que devolverles algo que es suyo por derecho –. Las dagas de su maestro y amor perdido, hermano mayor de las nombradas.

Ra’eesah no había comentado nada este rato, pero An’ya la vió atenta a la conversación. Sabía que los elogios – a su estilo – llegarían después.


Los tres kalari le comentaron que iban a quedarse una temporada por asuntos con el culto de Hir’eek, con Zotz pidiendo si el Hir’eek’ako podría compartir algo de su sabiduría con los gurubashi. Por su parte, Rag’wi comentó que iba a asegurarse de ver cómo la fe en su loa se efectuaba adecuadamente tanto en la zul como fuera.


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