Bocado a la presa [Zu'kumbo x Okena] [+18]
La noche en el poblado era apacible, con la brisa nocturna acariciando los hombros desnudos de Okena, quien se hallaba leyendo uno de sus escritos.
Unos pasos le hicieron levantar la vista, hasta encontrarse a Zu’kumbo mirándola, recién llegado de una de sus partidas. Llevaba su característica armadura, hecha a partir de restos de algunos nagas a quienes dio muerte. La visión de su macho, imponente, le hizo sonreír.
– Ma’da Sapo… – saludó con tono granuja.
– Has vuelto – contestó Okena con emoción, aunque no alzó la voz para no despertar a los cachorros.
Zu’kumbo le puso al día, hablándole de su último viaje y preguntando cómo estaban los pequeños y ella. La hembra empezó diciendo que había estado recopilando información sobre algunas leyendas que giraban en torno a Gonk, loa de las formas; y que había llegado el momento de mostrarse ante el lugar sagrado donde se hallaba junto a sus hijos, El Jardín de los Loa.
– Ya te lo comenté, mi lok’dim, que la voz del Líder de la Manada suena más fuerte que nunca. Después de tantos entrenamientos, es hora de empezar con mi formación para llegar al sacerdocio –. Ante su explicación, el Maestro de Bestias le acarició la cresta con ternura.
– Estoy orgulloso de mi hembra –. La mano de Zu’ku bajó hasta posarse en su mejilla, acariciando sus labios con el pulgar. – Y yo te acompañaré hasta allí –.
– Gracias – agradeció antes de besarlo cariñosamente en los labios, sintiendo un roce que anhelaba cada vez que estaban lejos el uno del otro.
Se dedicaron dulces caricias antes de levantarse para ir a lo más alto del árbol que habían establecido como hogar. Una vez allí, en su rincón privado, se sentaron. Prosiguieron con la charla, esta vez hablando de los progresos de Okena en su transformación en raptor, donde que le fue otorgado por el mismo Gonk, por sus actos de lealtad y fe hacia él.
– Espero que seas cuidadosa al practicar aquí, porque vas a asustar a Shan’ke – bromeó Zu’kumbo, mirando que en una de las ramas reposaba el alasangre del macho, sin hacer caso de las voces de la pareja.
Pese al aire fresco que chocaba contra el follaje, Okena apenas sentía el frío, más acalorada por la presencia de su amado.
– Debes de estar hambriento, porque dudo que allá donde has ido, pudieses comer en condiciones –. La respuesta que obtuvo de él fue otra sonrisa, maliciosa. – Yo también lo estoy, sin mi manjar favorito en semanas… –.
Okena mordió el hombro de Zu’ku, divertida.
– ¿Vas a comerte a tu domador? – le preguntó alzando una ceja.
– Una cacería no sería lo mismo si la presa no ofrece un poco de resistencia – contestó, relamiéndose los labios. El macho bufó, quien parecía estar fingiendo el desconcierto.
– Pues entonces deberé marcharme… –. Hizo el ademán de levantarse, pero Okena le tomó de la muñeca.
– ¿Te vas a ir sin haber hincado el diente? – le desafió, firmemente. Zu’kumbo se quedó quieto en el sitio y la miró como un depredador lo haría a su presa. Supo que había encendido una chispa en él y aprovechó todo lo posible.
– ¿Para qué hincar solo el diente cuando puedo devorarte entera? –. Esa fue la respuesta que tanto deseaba escuchar. El trol tomó los tirantes de su larga toga y los bajó rápidamente y sin previo aviso, liberando sus senos. Entrecerró los ojos al sentir su aliento golpeando uno de sus pezones.
La boca de su macho no se hizo esperar, rodeando la areola con sus labios y succionando con avidez mientras tomaba los pechos con ambas manos y los amansaba. Okena echó la cabeza hacia atrás, apoyando la mano en la cabeza de Zu’kumbo y hundiendo los dedos en su cresta pelirroja.
– Zu'ku… Echaba de menos esto… – jadeó, deleitándose con aquella apasionada visión. Él alternaba entre un pecho y otro, sus manos bajaban apresuradamente por sus curvas hasta tomarle las nalgas mientras la atraía aún más. Subiendo su toga hasta dejarlos al descubierto, dio dos sonoras palmadas mientras los apretaba y clavaba sus uñas en ellas. Su sexo estaba completamente humedo, cuya esencia bajaba por las tiernas carnes de sus muslos.
Sintiendo que la toga le molestaba, la subió hasta quitársela por completo, apartándola y volviendo a buscar el contacto del Maestro . Le estaba dejando marcas de mordidas en los pechos, lamiendo los pequeños hilitos de sangre que emanaba de ellos, sin dejar de azotar sus glúteos y amansarlos.
Sin previo aviso, la tumbó sobre las pieles, quedando él arrodillado y con la espalda recta. Contempló su porte, su torso fibroso y marcado por el imponente tatuaje de raptor que le cubría la piel de los pectorales y parte del abdomen; además, el notable bulto que asomaba entre sus piernas luchaba por salir del calzón. Ante aquella visión, la hembra separó sus muslos y abrió sus labios inferiores, enseñando su intimidad en todo su esplendor y empezando a masturbarse. Estimuló el clítoris con movimientos circulares mientras él se desprendía de su ropa y liberaba aquella polla que tan loca le volvía.
Zu’kumbo agarró sus caderas y le hizo subir las extremidades hasta tener sus piernas apoyadas en los hombros de él. Colocó el glande en su entrada y lo empapó antes de embestirla de una, llegando hasta el fondo sin contemplaciones, y sacándole un fuerte jadeo a la hembra. El falo entraba y salía con suma facilidad, adaptándose a su interior y completando así la unión de ambos cuerpos. El vaivén de las caderas era rápido, mostrando a un trol anhelante de domar a su presa favorita, demostrar cuál era su lugar en aquel rincón privado, cuando ambos retozaban siempre que se les presentaba la ocasión.
– ¿Soy tu montura preferida? ¿La mejor de tus bestias? – le preguntó con la voz entrecortada, buscando provocarle. Zu’ku amplió su sonrisa, susurrando afirmativamente y penetrándola cada vez con más rudeza. Lo hacía con tanto ímpetu, que parecía que la improvisada tienda donde ambos estaban iba a desmontarse y caer sobre ellos.
El ritmo aumentó hasta tornarse violento y brusco, pero que aún así, a Okena le excitaba todavía más. Adoraba verlo dominante y experimentado, marcándola con su falo, sus manos y sus dientes.
Ambos pronunciaron sus respectivos nombres, seguidos de un susurro donde pronunciaba que lo amaba con todo su ser. Que sería suya hasta que exhalara su último aliento. Zu’kumbo gruñó de forma gutural antes de llenarla con su smadda , abundante y ardiente. No paró, pese a ello, hasta que finalmente ella llegó también.
Exhaustos, el macho se quedó tumbado sobre ella, sin despegarse de su cuerpo en ningún momento, aún con su polla dentro. Ella le tenía abrazado para evitar la separación.
– Quiero mantener tu corrida aún en mí, marcándome por completo – susurró en su oído, acariciando la amplia espalda de Zu’ku, recorriendo la forma de su otro tatuaje, en honor al loa Hir’eek.
– Oke… –. Se fundieron en un apasionado beso, disfrutando del calor del uno y del otro. El abrazo de ambos amantes se prolongó lo suficiente, gozando el momento antes de que el mundo les llamase para dejar el poblado una vez más. – Mañana emprenderemos nuestra marcha –.
– Espero ansiosa ese momento. Sé que nuestros cachorros estarán bien con Zhima – contestó, antes de que el macho se separase finalmente, pero atrayéndola nuevamente hacia él y rodeándola con sus brazos, con el sueño pesando en ellos. Era la noche perfecta para deleitarse con la calidez que desprendía el cuerpo de su amado y soñar que aquel rincón iba a ser su único mundo antes del primer rayo de luz del alba.
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