Un lugar hermoso [Zu'kumbo x Okena] +18

Cuando Okena regresó a las Islas de Eco, sintió un nudo en el estómago, incapaz de digerir bien los sentimientos encontrados que la abrumaban. Odiaba, y aun así amaba, aquel lugar; luchando junto a los kalari contra Zalazane una vez más. 

Al llegar la calma, tuvo que hacer frente a las pullas de su “hermana” Ayoti y resistir estoicamente el deseo de llorar cuando su primo más pequeño, Zuntan, la abrazó con fuerza. Zu’kumbo se presentó, anunciando que esperaban un hijo, tomándola entre sus brazos ante la sorpresa de los Lanzanegra allí presentes.

En su regreso a Zuldazar,  Okena meditó largo y tendido sobre qué significaba ser kalari. Su vientre ya empezaba a abultar un poco, aún asimilando el hecho que iba a formar su propia familia. 

Tomó la decisión de proseguir con los cambios. Primero fue quemar el bastón de su padre, posteriormente abrazar las tradiciones kalari, y por último, sangrar por ellos. Tanto en combate como en la noche que entregó su virginidad al macho que amaba. Aunque había algo más que debía hacer.

Una de las hembras más ancianas de la tribu aceptó cambiar el aspecto de Okena, quien se mantuvo con los ojos cerrados, mientras notaba como algunos de los mechones de su cabello caían sobre la tierra, con la navaja rapándose el cuero cabelludo. 

Cuando pudo verse a través del reflejo del río, vio una larga cresta azulada que terminaba con algunas trenzas cayendo sobre sus hombros. Salvaje y decidida, como siempre quiso ser ante su manada.


Un día, tanto Zu’kumbo como ella, buscaron un lugar en concreto. En los alrededores de El Jardín de los loa había un sitio plano y despejado ante tanta frondosidad, en plena orilla del río que lo bordeaba. 

– Este es el sitio que te decía – le dijo Zu’kumbo, mientras se quitaba el casco y dejaba al descubierto su cresta pelirroja.

– Es precioso – respondió con ternura mientras miraba a su alrededor con una sonrisa en sus labios. – ¿Cuándo lo descubriste? –. 

– Al llegar a Zandalar, exploré los alrededores de la guarida de Gonk y me topé con este sitio –. Okena se quedó callada unos segundos, llevándose una mano al vientre.

– Este sitio sería perfecto… – susurró la trol.

– Es un buen sitio para descansar tras estar entrenando tus transformaciones –.

–…también –.

– Cuando llegue el momento, claro. No he visto casi nadie por aquí – entonces, Zu’ku pasó la mano por la cresta de Okena. – ¿En qué estabas pensando? – le preguntó, divertido.

– Pensaba que…– se llevó una mano a la nuca, sintiendo como sus mejillas se encendían. –…no sería un mal sitio para que el cachorro nazca –. Zu’kumbo asintió. – Lo estuve pensando…los posibles lugares…–.

– Sería un buen lugar, cerca de los loas, en tierras trol. Sin peligros por los depredadores, una zona tranquila – le contestó, convencido.

– ¿Verdad? –. Okena rodeó los hombros del trol con sus brazos.

– ¿Tenías un lugar más pensado? –.

– Las afueras del templo de Kimbul, al menos ese lugar que me enseñaste…–. Había sido allí donde se entregaron por primera vez, y las siguientes mientras estuvieron allí. Recordaba como Zu’kumbo la tomó de la mano en su segunda  noche de la mano y la guiaba, ante la mirada de algunos pocos kalari que trataban de asimilar lo que estaba ocurriendo entre los dos.

–  Es un buen lugar para lo que hemos aprovechado, pero quizá está demasiado apartado de todo para que llegue el cachorro –.

– Por eso me gusta más este. Para mí es perfecto – hizo una pausa. – Me alegra haber vuelto, es cuando he sentido en realidad que estaba como en casa –.

– Por mi parte lo tenemos aquí, conozco bien este lugar y le gustará al cachorro haber nacido aquí –. 

– Entonces está decidido –.

Okena se abrazó aún más al maestro de bestias.

– También es un buen lugar para haberlo creado – dijo Zu’ku con expresión pícara. – Nuestra casa es allá donde vamos, pero es un buen sitio para tener una fija –. 

Ante aquella respuesta, Okena sonrió, subiendo sus manos hasta dar con el rostro de su macho.

– Es un buen sitio para vivir y para el Amor de la Jungla – añadió, mientras acariciaba su mejilla. – Podemos tomar nota para los siguientes – bromeó.

– Hablando de Amor de la Jungla…–. Una de las manos del trol tomó sus nalgas, pillando por sorpresa a la hembra. – El que esté creciendo en tu vientre no evita el querer hacerlo, eso tenlo claro – río. Okena imitó el gesto.

– Por supuesto, eso no ha sido ningún problema –. 

Okena acercó su rostro y le besó, tomándolo de la nuca para acercarlo todo lo posible a ella y siendo respondida.

– De hecho…Deberíamos de aprovechar el estar aquí para tenerlo todo lo posible, últimamente no nos dejan mucho tiempo para nosotros – le dijo sin despegar el rostro del suyo, mientras amasaba sus glúteos con más fuerza.

– Es una idea fantástica –. La trol llevó sus manos hasta las hombreras, con expresión pícara. – ¿Me ayudas a quitármelas? –.

– ¿Ayudarte? Creo que ya conozco bien por donde tocar – expresó, pegando un tirón a una de las amarras, desenganchando una de las hombreras y dejando que ésta cayera. Hizo lo mismo con la otra. 

Ella no dejaba de sonreír, tomando los tirantes del arnés.

– ¿Y con esto? –. 

Zu’ku no respondió. Tomó un par de tiras, desenganchando la prenda, quitándosela con ambas manos y dejándola caer al suelo. 

Fue entonces cuando él se quedó pensativo, con la mirada clavada sobre sus senos.

– Es cosa mía o…– las tomó con ambas manos. – No es cosa mía, no. ¡Ya están más grandes! –. No dudó en aprovechar el momento, jugueteando con ellas. 

Okena le tomó de las muñecas, pero no para apartarlo, sino para invitarle a continuar. 

– De esto no me habías avisado, muy mal – dijo antes de besarla nuevamente, de forma más larga y acelerada. Él agarró sus calzones con delicadeza para después bajarlos de un tirón, dejándola desnuda y a su merced. 

Okena también buscó las ropas de su macho, respondiendo al beso.

– ¿No te pesa mucho? – preguntó, juguetona.

– Bastante, aunque no sé porque si no me lo quitas tú no se moverá de ahí. Debe de ser algún tipo de maleficio – respondió Zu’ku con lascivia, recorriendo sus curvas y deleitándose con las vistas que ella le ofrecía. Okena no tardó en quitarle las piezas de los antebrazos, en silencio, acariciando su piel. 

Procedió con el resto y no dejó de mirarle a los ojos en ningún momento.

– Adiós maleficio – sentencia, mientras dibujaba círculos con el dedo alrededor de su ombligo.

– Menos mal, has venido a rescatarme del malvado maleficio sobre mi armadura –. Okena besa su vientre. – Y no solo me has quitado el maleficio, noto como algo en mi cuerpo empieza a despertarse, ¿qué será? – bromeó en aquel ambiente cargado de lujuria. 

Le acarició el abdomen, bajando las manos hasta dar con su miembro erecto. 

– Y lo has encontrado rápido, toda una experta en curarme los males –. Le vio morder el labio al verla así, pasando las manos por su cresta azul, entrelazando los dedos con los mechones 

– ¿Verdad? –. Okena le regaló unos besos en el glande, tomando con suavidad el tronco y recorriendolo de una lamida. 

– ¿Mi fiera tiene hambre? – preguntó Zu’ku, notándose que disfrutaba verla así.

– Yo siempre tengo hambre…– respondió, guiñandole un ojo. Le dio otro lametón. – Ven –. 

Lo tomó de las muñecas y le invitó a tumbarse.

– Solo hay una fiera por la que me deje atrapar y devorar…–. Se tumbó ante ella. 

Okena se colocó a cuatro patas, con el rostro cerca del falo. Dio un último recorrido con la lengua antes de introducirlo en la boca, lentamente. 

– Mi hembra sabe muy bien como tenerme contento – bufó de la excitación, apartando un momento la mirada y echándola al cielo antes de centrarse en la escena entre sus piernas. Las manos de su lok’dim se movían entre su cabello y su rostro, reflejando bien que estaba disfrutando aquella felación. 

La trol bajó la mano hasta la humedad de su sexo, acariciándola, introduciendo uno de sus dedos. Zu’ku dejó entrever que deseaba que ella siguiese, con las manos aferrando su cabeza; pero la trol, en cambio, se separó del miembro y se dejó caer a un lado, con expresión divertida. 

Separó sus piernas, invitándole a que se lanzara sobre ella. 

– Justo en el momento que quería, ¿eres la domadora del domador? –. Ambos cuerpos se juntaron, sintiendo como se frotaban ante el contacto. Se volvieron a besar mientras el trol acercaba su miembro hasta la intimidad de la druida, restregándose y mojándolo su humedad, sin introducirlo.

– Ah…Zu’ku…– gimió Okena, acariciando su espalda tatuada. – Y ahora eres tú el que quiere dominarme a mí…–. Separó aún más los muslos, demostrando que estaba completamente entregada por la excitación.

– ¿Acaso lo dudabas? Eres lo que más quiero domar, y para eso tengo que usar mis habilidades más secretas –. Mordió su cuello y la hembra emitió una pequeña carcajada.

– ¿Con qué tie…?–. Fue interrumpida cuando el macho la penetró de una embestida, soltando un sonoro gemido. 

Al sentirle dentro, echó la cabeza hacia atrás, complacida de tenerle por fin y rodeó la cintura del trol con sus piernas, atrayéndolo todo lo posible.

– Y siguen funcionando bastante bien…–. Marcaba el ritmo de forma que lo sintiera profundamente, mientras Okena clavaba las uñas en su espalda, pronunciando su nombre. 

Él respondió el suyo, besándola repetidas veces el cuello, en su rostro, en sus labios, acelerando sus movimientos y agarrándola de forma que ella no pudiera moverse. 

Okena respondió ante sus besos, con pasión y rendida completamente a él, sin apartar sus ojos de aquel curtido rostro en ningún momento.

Ambas miradas se cruzaron, entregados al placer.

– Más… Más rápido – intentó decir Okena, entre jadeos, cada vez más intensos ante el inminente clímax. 

Zu’ku mordió en el cuello nuevamente, acelerando el ritmo de las embestidas sin medir su fuerza, hasta que alcanzaron el orgasmo. 

La hembra gimió sonoramente, pronunciando el nombre de Zu’kumbo una vez más. 

Sintió con satisfacción, mordiéndose el labio, como la llenaba de su smadda. Intentó recuperar el aliento, acariciando y besando a su macho, todavía con sus cuerpos unidos.

– Esto si es Amor de la Jungla – dijo Zu’ku mientras miraba por un momento el lugar. – Deberíamos quedarnos aquí el tiempo que haga falta antes de volver – la miró de nuevo. – Disfrutemos lo posible antes de ello –.

Okena lo abrazó de nuevo, escuchando sus palabras y acariciando su espalda.

– Este lugar es hermoso, no me importaría vivir aquí… –. 

– Podemos preparar una pequeña choza a la que escaparnos de vez en cuando. Así si queremos apartarnos del poblado solo tenemos que venir aquí y nadie nos molestará –.

– Eso sería perfecto. Tú, yo y…–. Se quedó un momento en silencio. – ¿Cómo vamos a llamar a nuestro cachorro? –. 

– Un nombre…–. Él también pensó, mientras le acariciaba el costado. – Este quiero que lo elijas tú, ¿hay algún nombre que te guste? –.

Okena lo meditó, sin apartar los ojos del rostro de su amado, mirándole con ternura.

– ¿Tazun?

– Tazun…– pronunció, restregandose a ella. – Tazun…Tazun… Tazun… ¡Eh, Tazun! ¡Deja de tirarle de la cola al raptor!… Suena bien – bromeó.

– ¿Te gusta? Pues que así sea, que este lugar sea para venir nosotros dos o con Tazun – tomó el rostro de su pareja antes de seguir. – Tengo ganas de que nazca. Estoy nerviosa, pero a la vez quiero tenerlo ya entre mis brazos –. 

– La primera etapa será vital, no podemos exponerlos a peligros cuando nazca. Estaría bien que nazca y pase un tiempo bajo nuestra protección antes de juntarse con el resto de cachorros. Por lo menos no crecerá solo, precisamente –.

Okena se limitó a escucharle, aprendiendo al ser madre primeriza.

– Espero ser una buena madre –.

– Seguro que lo eres, tan buena madre como fiera conmigo – respondió el trol mordiéndole el labio. Okena le devolvió la mordida.

– Si pudiera decirle a la Okena del pasado la vida que llevo ahora, me llamaría loca –.

– La vida tiene muchos cambios, en algún momento tenían que llegar los buenos – dijo mientras tocaba su nuevo peinado, sonriendo. – Me pregunto con qué pelo nacerán nuestros cachorros, si se parecerán más al uno que al otro, o quizá sean todos mini Okenas.

– ¿Se le podría preguntar a Zulagan? Oye Zula, verás… ¿Puedes decirnos de qué color tendrán el cabello nuestros cachorros? – bromeó.

– Bastante nos ha dicho ya, dejemos que esto sea una sorpresa – respondió el trol, besándola cariñosamente. – Ya me he acostumbrado a pasar todo el tiempo posible así contigo, los dos desnudos, el uno pegado al otro, sin necesitar nada más –. Le acarició su vientre y sus pechos, besándola una y otra vez.

Okena sonrió al oír aquellas palabras, luego de responderle a los besos.

– Estaría toda mi vida así. Sin preocupaciones ni problemas… – le llenó el cuello y el rostro de suaves mordidas. – ¿Tú no? –.

– Ojalá se pudiese, pero sabemos que la vida es más compleja. Aprovechemos todo el tiempo que podamos para estar así y enfrentarnos a todo lo que venga. Si fuese por mí no nos despegaríamos ni un solo instante, Oke, para sentir todo el rato tu calor –.

Okena cerró los ojos, soltando un largo suspiro.

– Yo te querría dentro de mí siempre – respondió con tono jocoso. – Abrazados… –.

– Bueno… Quizá Tazun y los otros cachorros que están por venir se encontrarán con un problema si estoy siempre dentro – rio. 

Ella soltó una sonora carcajada.

– Muy gracioso, así que ectifico: Tenerte dentro de mí, pero con pausas para que nazcan Tazun y los demás cachorros. ¿Mejor? –. 

– Eso es. Así sí que no hace falta más – sonrió el trol. – De hecho, podemos quedarnos un rato más aquí antes de volver, últimamente están muy revueltos en el poblado y quiero estar tranquilo un rato más –.


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