Tambores de Guerra [Ayoti (Trol)] - Ascensión a Señora de la Guerra
Las Islas del Eco estaban sumidas en el silencio, envueltas en la oscuridad de la noche. La berserker no podía dejar de mirar desde la lejanía la cueva en la cual pasó gran parte de su tiempo en su infancia. Deseaba nadar hasta allí y pasearse por aquellas cavernosas paredes, perdiéndose en lo más hondo y no salir hasta que aclarase sus ideas.
– ¿Ayoti...? ¿Qué haces aquí? – oyó que decían a sus espaldas. Se giró y vio a In'mi enfrente de ella, de brazos cruzados y con el ceño fruncido.
– Ya pareces Okena con esa cara – señaló mientras apuntaba con su dedo el rostro de la hembra.
– Muy graciosa. ¿Qué se te ha perdido fuera de la choza? –. Ayoti se quedó unos segundos en silencio. Sus labios temblaban y las palabras luchaban por salir. Sintió como su cuerpo le pesaba y tuvo miedo de dedicarle de forma prolongada la mirada fija en su rostro.
La cueva se sintió lejana.
– ¿Te acuerdas de aquella vez en la que estuve escondida casi todo el día, cuando jugábamos al escondite? – preguntó, finalmente, sin poder reprimir una risotada amarga.
– Sí, tuvimos que llamar a la vieja Markoa porque nos asustamos un montón. Creíamos que te ahogaste o te devoró uno de los felinos que rondaban por la isla... – rió In'mi, acariciándole la mejilla.
– Cuando me encontrasteis, Okena me tiró de los pelos. Se puso como una fiera, tanto que Yashiffi necesitó la ayuda de Kursken para separarnos. Y la riña que mi madre me pegó después... –. Suspiró. Se trataban de sueños dulces, hermosos, pero a su vez dolorosos.
– Bueno, ahora te llevas bien con ella, ¿no? Estáis más unidas que nunca, formando parte de una hermosa familia, ¿no es así? – preguntó la hembra, de cabellos rubios, adornado con trenzas. Tomó con una mano el mentón de Ayoti y la obligó a mantener la mirada. – Piensa en tus sobrinos. Tazun será un muchacho inquieto, Zukja será el más cariñoso y Ozune será la calmada. Además, tú también vas a ser madre, ¿no te hace feliz? –.
– Ojalá hubiese podido salvarte, In'mi – espetó la pelirroja, cortando el contacto visual. – Te merecías una larga vida, conocer mundo y luchar por...garantizarles un futuro a tu gente. En cambio...Ya no estás. Pero te vengaré, soy una hembra de palabra. Mis hachas cortarán las cabezas de miles de Renegados, y aportaré mis cualidades como guerrera para ayudar en alcanzar la victoria contra el liderazgo de Sylvanas –.
Se hizo el silencio. In'mi la miraba apenada.
– Querida, quiero hacerte una pregunta. Deja a un lado tu deseo de venganza, por un momento –. Apoyó una mano sobre su pecho. – Aparte de la venganza, ¿qué te motiva aliarte con los rebeldes y librar a la Horda de su mal? –.
– Te lo debo. Y porque... Porque Sylvanas solo trae muerte por donde pisa –.
Ya no pudo aguantar más el cúmulo de sentimientos que todo lo sucedido provocó en ella.
– No me debes nada, no es así como quiero que vivas tu vida. Lo único que deseo es que seas feliz. Sé sabia, sé justa y lucha por los vivos. No te pido más, mi amor –.
La pelirroja cubrió sus ojos con una mano, incapaz de responder. Ya no sentía la brisa marina acariciar su piel ni el olor salado que impregnaba el ambiente. Solo humedad y silencio.
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Despertó con las mejillas húmedas de haber llorado. Estaba abrazada a Wunjo, buscando consuelo entre sus brazos, poder tranquilizarse ante el contacto de ambas pieles. Tomó aire y lo soltó repetidas veces, procurando alejar los recuerdos tristes de su mente y centrarse en el presente. – “¿Hasta cuando voy a seguir así?” – pensó. Antes le era más fácil distraerse del dolor, momentáneamente, gracias a la bebida y las largas noches por los alrededores del Jardín de los Loa. Pero aquellos tiempos quedaron atrás, lejanos como los errores cometidos por su insensatez.
Contaba con el perdón de Lukou y su embarazo avanzaba. Además había encontrado a alguien que la acompañaba por las noches, por quien sentía algo especial y era recíproco. Tenía la estabilidad que en el fondo siempre había deseado. Entonces, ¿por qué le afectaba tanto? ¿Por qué era incapaz de disfrutarlo con totalidad? Parecía que seguiría sufriendo mientras aún tuviese cadenas que la atasen a su pasado.
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La tribu kalari necesitaba un nuevo Señor de la Guerra. Así lo quería Ogoun, señor de todas las batallas.
Ayoti aceptó participar para contentar a su loa, para representarlo como devota suya. Nunca tuvo aspiraciones de alcanzar un puesto, conformándose con ser un peón, carne de cañón. Creyó que sus oponentes, uno de ellos, conseguiría hacerse con el título. Veía antes a Zhulk, a Izoc y a Wunjo como mejores señores que ella.
Para su sorpresa, la primera prueba la ganó ella, pronunciando un discurso que se ganó al pueblo kalari. Un discurso que los motivaba a luchar contra todos aquellos que siempre habían amenazado sus tierras. La otra prueba que ganó fue en una de lucha, todos contra todos. Ayoti ganó a los tres, pese a que le pusieron las cosas muy difíciles, consiguió salir victoriosa. Wunjo fue el rival que más difícil se lo estaba poniendo, cosa que le gustaba en verdad. El zandalari ganó con su baile de intimidación y en la prueba de estrategia, por muy poco.
La pareja se alegró de haber llegado tan lejos y fuese cual fuese el resultado de la última prueba, lo iban a celebrar de todos modos.
Pero cuando supieron en qué consistía, a Ayoti se le heló la sangre. Tenían que azotarse mutuamente, implicando poner a prueba su capacidad física y mental en situaciones en las que implicase castigar a un soldado y a dejar atrás los sentimentalismos. La berserker fue la primera en dar el latigazo, pero le fallaron las fuerzas. Era incapaz de hacerle un daño real, aún con los ojos de todo el poblado fijos en ambos. Y por parte de él, lo mismo. Azotes suaves, dados con temor… Una demostración que dejaba claro que Ayoti era incapaz de dominar su parte sentimental, de mostrar imparcialidad y estoicismo ante situaciones como aquella.
Mientras recibía otro latigazo más, esta vez más doloroso, sus ojos se posaron en los de Okena, quien miraba con el semblante impasible. En su mirada vio también a In’mi, por unos momentos, como si la mirase con una mezcla de tristeza y ternura. Pasó a fijarse en un kalari pelirrojo, que le recordaba a Kerchak, viéndole a él, con una sonrisa maliciosa deformando su semblante. Y así, creyó divisar a todos sus seres queridos del pasado, contemplando aquel espectáculo.
Sus golpes fueron suaves y cuando le tocó aguantar el último por parte de Wunjo, que se hizo de esperar por las dudas que le asolaron, pensó que era indigna para ser una Señora de la Guerra en condiciones.
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– Vieja… –. Una joven Ayoti contemplaba el mar, en compañía de su madre adoptiva. – ¿Alguna vez creíste que llegaría a ser algo más? Mi maestro decía que me preparase para ser un simple soldado raso al que sacrificar, una pieza con la que los altos mandos decidieran que movimiento debían tomar –.
– ¿No has escuchado a Wunjo y a todos aquellos que te han dicho una y otra vez que eres algo más que carne de cañón? Solo recuerda la batalla contra los Hijos del Silencio. La idea de llevar los asseles fue tuya y con ellos se pudo destruir el núcleo de poder que los mantenía. Honrastes a Ogoun ese día –.
Ayoti se mantuvo en silencio.
–...tu gente escucha y sigue tus palabras. Te seguirán por tu fuerza y tu determinación. No huyas de tu pasado, pero no cargues con los errores y el dolor, sino con las enseñanzas que te ha dejado. No te avergüences de como eras antes, siempre puedes ser una versión mejorada de ti misma. ¿Entiendes? Eres una hembra que jamás se ha visto frenada. Tienes que serlo ahora más que nunca. Que el dolor te enseñe y que el futuro te aguarde con la fuerza necesaria...
–Yo… –.
– Señora de la Guerra –.
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Todos los kalari se arrodillaron ante ella, incluso el Jin. La Kalar’aka y la cazasombras Kinena examinaron las espaldas de ambos aspirantes y vieron que Wunjo sufrió más daños que ella. Se quedó unos segundos sin saber cómo reaccionar, con un cúmulo de sentimientos encontrados que la carcomía por dentro.
Nombrada Señora de la Guerra, honrando así a Ogoun, Ayoti levantó la cabeza y mostró un gesto decidido, mostrando pecho. No dijo nada, pero en aquel momento, no hizo falta pronunciar palabra alguna. Solo tenía que seguir las enseñanzas de Markoa y reconciliarse de una vez con todas con su pasado para que el futuro fuese próspero.
– ¡Atal’Kalar! –.
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