Muukis [Okena y Ayoti (Trols)] - Recién Kalari
Ayoti era una Kalari y ya no había vuelta atrás.
La trol soltó un largo suspiro, enfrente de la hoguera, junto a su nueva familia. En aquel momento, era un cúmulo de sentimientos encontrados que la carcomían por dentro. ¿Había sido la decisión correcta? No dudó cuando se plantó en medio de los totems, ni al cortarse la palma de la mano para que su sangre manchara uno de ellos y fuese aceptada; pero en aquel preciso instante, la mente le jugó una mala pasada al acordarse de Rozzak y de In'mi, siendo la muerte de esta última la que la impulsó en dejar la Horda, pero a su vez abandonar al que había sido un gran amigo y su amor secreto.
"Voy a pasear un poco los alrededores" fue lo que dijo antes de levantarse y salir de la estancia. Hacía una noche preciosa, con la tenue luz de la luna iluminando la gran pirámide de la capital zandalari.
"Rozzak...
Le das la espalda a tu gente, ¿quién es más cobarde de los dos? ¡Haz lo que te de la gana, me trae sin cuidado lo que haga una traidora!"
La berserker soltó una risotada amarga, mientras se sentaba sobre uno de los escalones. No dejó de carcajear, mientras soltaba algunas lágrimas de amargura. "¿Es qué ni siquiera ahora soy capaz de olvidarme de él?". Se sintió muy estúpida, pero necesitaba desahogarse de aquel pesar que la golpeaba como mil puñaladas y más ahora que había cumplido con su cometido como trol, comprometida a vivir bajo la palabra del Jin y de los loas.
– ¡Eh! – escuchó a sus espaldas. Ayoti corrió a secarse las lágrimas. – ¿ Qué haces aquí sola? –.
– Ah, hola Okena – la saludó con fingida picardía. – ¿Habrás disfrutado de mi iniciación, eh? –.
– Como nunca. Me ha encantado verte con la orina de raptor – rió con malicia su muuki. – Te lo volveré a preguntar, ¿qué haces aquí sola? –.
– ¿Desde cuando te interesa lo que haga o deje de hacer? –. La peliazul se cruzó de brazos.
– Eres mi ""hermana"", por mucho que me pese y quiero saber que planeas –. La vio sentarse a su lado. La mirada sorprendida una vez visualizó su rostro. – ¿¿Has estado llorando?? –.
– Perfecto, grítalo a los cuatro vientos para que todos se enteren – espetó, con amargura.
Las palabras luchaban por escapar de sus labios. De alguna manera, sentía que era su deber enterrar el hacha de guerra, después de años soportando una relación tensa.
– Okena...– tragó saliva, con el corazón yéndole a mil por ahora. – ¿Por qué el amor duele tanto? –. La druida parpadeó un par de veces, sin dar crédito de lo escuchaba.
– Bueno...– carraspeó, sin dejar de mirar a la pelirroja. – El amor es hermoso cuando es correspondido, cuando hay compresión y apoyo... ¿Por qué me haces esa pregunta? –.
– Cometí el error de abrir mi corazón a alguien que jamás iba a corresponderme – se sinceró, con la mirada perdida apuntando al cielo estrellado.
– ¿De Rozzak, verdad? Me lo olía – dijo entonces Okena, dando en el clavo. – Ayoti, nadie puede elige de quien se enamora. ¿Te crees que me uní a los kalari con la intención de encontrar pareja? Yo solo quería tener amigos y un lugar donde poder vivir en armonía... Pero Zu'kumbo me conquistó sin yo esperarlo y bueno, aquí estoy, embarazada –.
– Eres afortunada – le dedicó una débil sonrisa.
– Y tú también lo serás, aquí puedes medir tu fuerza con los kalari y lo que surja, ¿no? –.
– Puede ser, todavía me quedan muchos trols con los que compartir alguna danza con mis hachas... –.
– Pues eso, disfruta de esta noche y vuelve con el resto –.
– En verdad quiero quedarme un rato más, si no te molesta, quiero disfrutar de tu compañía a solas – reconoció.
– Está bien, me quedaré a tu lado – aceptó, quedándose ambas allí sentadas, con la brisa erizando sus pieles.
Ayoti se sintió arropada en aquel momento, agradeciendo que su muuki dejase su rencor aparcado para acompañarla en un momento tan delicado como aquel.
– Siento si mis bromas han podido ofenderte en algún momento – volvió a decir, sorprendiendo una vez más a Okena. – Los hermanos mayores podemos ser muy puñeteros...Bueno, en nuestro caso soy tu tía, pero ya sabes que nos criamos como hermanas... –.
– Creo que has lamido demasiados sapos, porque esto no me parece normal –.
– Te digo la verdad. Te quiero y siempre he deseado tu bienestar, aunque te haya cuidado y protegido a mi manera –.
– Mientes. Te burlaste de mí cuando me contaste lo de la apuesta –.
– Y una mierda, te lo conté para advertirte de que esos tres capullos iban a hacerte daño. No quería quedarme de brazos cruzados –.
– Hm – la druida la miró de forma acusadora.
Pasó un momento de silencio antes de que Okena volviese a hablar.
– En ese caso, gracias. Aunque preferiría que me "protegieras" de otra manera –.
– Ya...
– ¿Podemos hablar de cosas más alegres? Vas a amargarme a mí también la noche –.
– Bueno...Podemos...Hacernos preguntas la una a la otra. Yo tengo una muy importante, que quiero que contestes con sinceridad –.
– A ver, dispara –.
– ¿Cuánto le mide la polla a Zu'ku? –.
Okena le pegó un manotazo en el hombro, apartándola.
– No pienso responder a eso –.
– ¿Por qué no? Yo creo que es de vital importancia que a mi muuki se la follen como es debido, ¿no? –.
– No es asunto tuyo como...como hagamos el Amor de la Jungla –.
– Que adorable, Amor de la Jungla se llama ahora – rió con ganas, dándole unas palmadas en la espalda. – Y yo quería proponerte ser hermanas de macho. Ya sabes, existen los hermanos de sangre, los de leche, los de batalla... ¿Por qué no lo compartimos? –.
– ¡Ni hablar! ¡Pensaba que ya habíamos hablado de esto! –.
– Solo bromeaba, tampoco te pongas así –.
– Creía que habías dejado de hacerme esas bromas –.
– Ya te he dicho que los hermanos mayores podemos ser unos capullos, pero que sepas que te quiero igual, ¿eh? –.
– Vaya forma de quererme –.
Ambas trols se quedaron un rato más fuera, aún con el frío calándoles los huesos.
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