La última charla [Okena (Trol)] - PreKalari
Era de noche cuando Okena se había dejado caer sobre la arena, con la vista fija en el mar, perdiéndose en sus pensamientos. Las islas del Eco ofrecían buenas vistas, a pesar de hallarse justo al lado de Durotar, una tierra que escaseaba de vegetación y complicaba el modo de vida de todo aquel que allí viviese. La joven trol siempre se sentaba allí, dejando pasar las horas, de forma rutinaria, esperando una señal que aclarase las dudas que la carcomían por dentro. Tenía tantas, sintiéndose más confusa a medida que pasaban los días.
Malos tiempos corrían, con la guerra haciendo estragos. “Una guerra que esa sucia elfa no-muerta ha iniciado” pensó, con amargura. Odiaba el rumbo que la Horda había tomado, fragmentándose y rebajándose a luchar con medios cuestionables. La quema de Teldrassil había sido un duro golpe para Okena, no por los elfos que allí vivían, sino por el insulto de Sylvanas a la vida en sí. Las historias posteriores que escuchó sobre el levantamiento de no-muertos durante la batalla de Lordaeron – tropas de la horda incluidas – fue la ofensa final para la trol.
Fue entonces, envuelta por el sonido del oleaje, cuando Okena recordó la última charla que tuvo con su abuela, Markoa, quien hace meses dejó las islas para meditar sobre el camino que debía escoger. Una conversación que no la dejó indiferente y la inundó de dudas, llegando a cuestionarse sobre sí misma. Ocurrió en una noche como aquella, con la propia Okena meditando sobre uno de los puentes. Markoa la encontró, cargada con un enorme saco. – Buenas noches – saludó, con aire melancólico.
– ¿Abuela? ¿Dónde vas? – preguntó la trol de cabellos azulados.
– Lejos de aquí, donde pueda pensar en claridad –. Okena la miró extrañada. Markoa soltó una risotada amarga. – Suena descabellado, pero no me queda otra. He luchado y sangrado por una Horda que ya no existe.
Okena quedó sorprendida ante aquella revelación. – ¿Vas a intentar detenerme como ha hecho Yashi? – le preguntó su abuela, con el ceño fruncido. La anciana, pese a su edad, podía inspirar terror con tan solo una mirada.
– N-no. No voy a detenerte, ba'ba – contestó Okena, encogiéndose. – No soy quien para cuestionarte –. Markoa la miró de arriba abajo antes de empezar a reírse de forma burlona.
– ¿No eres capaz, ni por un segundo, de cuestionar todo lo que te rodea? ¿Ni siquiera a ti misma? –. Aquella la confundió aún más. – Mira Okena, voy a marcharme y con ello quizá provoque la ira de más de alguno. E incluso puedo enfadar a los loas dejando mi tribu. Prometí volver, cuando mis preguntas tengan su respuesta, pero aun así estoy cometiendo la mayor locura de mi vida. ¿No tienes nada más que decir?
Okena se quedó en silencio, bajando la cabeza. – No – respondió, con voz débil, alimentando las carcajadas de su abuela.
– “No” – imitó su voz, con malicia. – “Voy a esconderme y a dejar pasar los días sin hacer nada de provecho”. ¡Espabila! – espetó mientras le daba un empujón. Okena perdió el equilibrio, cayendo al suelo. Masculló un gemido de dolor. – ¡Tienes sangre poderosa corriendo por tus venas! ¡Eres una superviviente y una joven capaz de hacer todo lo que te propongas! ¡Y por ello me duele como has dejado pasar los años boicoteándote! – gritó, golpeándose el pecho. Okena la miró con impotencia.
– ¡¿Si somos supervivientes porqué mi padre está muerto!? ¿¡Y todos los demás?! – respondió entre lamentos. – ¡No hemos dejado de caer ante nagas, ante humanos y ante orcos! –. Intentó levantarse, pero Markoa le propinó otro empujón.
– ¡La vida es frágil, Okena! ¡Pero no por ello mi compañero y mis hijos fueron débiles! ¡Lucharon hasta el final con valor, sin apartar la mirada del enemigo! ¡Y tu padre murió protegiendo lo que más quería: tú!
Hubo un silencio sepulcral entre ambas. Okena se esforzó en reprimir sus lágrimas. – Déjame que te diga un último consejo antes de marchar…–. Se agachó hasta quedar a la altura de su rostro. – No eres débil, aprendes rápido y tienes más voluntad de la que crees. Nunca te estanques y ten el valor de cuestionar todo lo que te rodea y en seguir tu propio camino. Yo no estaré siempre para protegeros, sobre todo ahora – finalizó mientras le tendía una mano. Okena se aferró a su brazo mientras se levantaba. – Recuerda mis palabras y ante todo, decidas lo que decidas, siempre estaré orgullosa de ti, como siempre lo he estado de mis nietos.
Okena volvió a la realidad, mordiéndose el labio. Esa noche decidió quedarse con los Lanzanegra en honor a su padre, quien vivió y murió por los valores de la Horda. Pero cada vez estaba menos segura de haber escogido el camino correcto. La brisa marina acarició su rostro, reconfortándola, mientras tomaba con una mano un puñado de arena, dejándola caer lentamente. – El tiempo pasa – se dijo, notando un cosquilleo en su vientre. Clavó su vista ante el poblado Sen’jin, estirando el brazo hasta señalarlo con uno de sus dedos. – Y es hora de que tome la decisión correcta –. Se levantó de un salto.
La joven corrió hasta su choza, donde guardaba las pocas pertenencias que tenía y decidió emular a su abuela. Mientras avanzaba entre las sombras, buscó alguna barca con la que poder navegar hasta Durotar. – ¿Okena? – oyó a sus espaldas. La joven ladeó su rostro y se encontró con la mirada acusadora de Yashiffi. – Muuki… – fue lo único que pudo responder.
– ¿Tú también te vas? – preguntó, con voz severa.
– No hay otro modo. No espero que lo comprendas – ante aquellas palabras, Yashi se acercó a ella lo suficiente como para posar una de sus manos sobre su cuello. Un agarre suave, pero firme.
– Si te vas, nuestra tribu llorará tu marcha – le dijo, casi con tono suplicante.
– Tu tribu, no la mía – puntualizó Okena, con severidad. – He sabido desde que era niña que yo no pertenecía aquí. No soy Lanzanegra. Ya no.
– No digas tonterías y quédate en casa – insistió la trol. Okena se paró un segundo para ver sus facciones bajo la tenue luz de la luna. Era una joven hermosa, de prominentes caderas y atrevida. La había envidiado desde su infancia. – Nos hemos criado juntas, hemos sido prácticamente hermanas. Te he querido y protegido, ¿por qué me haces esto? ¿No ha significado nada para ti?
Okena no dijo nada, empezando a notar como sus ojos empezaban a empañarse por las lágrimas que contuvo. – ¿Kursken, Zuntan y yo no somos nada para ti? ¡Contesta! –. No obtuvo contestación alguna. – Hemos luchado juntos por el bien de nuestra tribu. ¿No lo recuerdas?
– Lo único que recuerdo son vuestras sombras, extensas, cerniéndose sobre mí – dijo al fin, tensa. – Nada me queda aquí. Vosotros – dudó durante unos instantes. – Ya no sois nada para mí.
Yashiffi la soltó, notablemente afectada por aquellas palabras. – Muy bien. Vete de aquí y no vuelvas – sentenció. Okena no se movió, apretando los puños. – ¿¡A qué esperas?! ¡MÁRCHATE! –. Finalmente, obedeció aquellas palabras y dio media vuelta, sin mirar atrás. Había llegado el momento de encontrar su lugar en el mundo, lejos de las mentiras de una Horda condenada por las locuras de una Jefa de Guerra sin escrúpulos. Le dolió, aunque intentó convencerse, de haberle dicho todo aquello, pero era lo mejor para todos y sobretodo, para ella.
Por primera vez en mucho tiempo, había tomado la iniciativa y se había cuestionado, liberándose por completo.
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