El uno para el otro [Zu'kumbo x Okena] [+18]



    Recordó el dolor ardiente de su costado, retorciéndose en el suelo pedregoso mientras el veneno de la araña la dañaba. Temblaba por la fiebre, pegando un débil respingo cuando sintió la mano de Zu'kumbo en su herida, aplicando el contraveneno en su herida. Le costaba mirarle, tragando saliva, mientras trataba de no sofocarse, tratando de mantener la calma. Oía sus palabras, resonando en su mente, de cómo había sobrevivido en su juventud al mar, a la propia Tuercespina; de su unión con una cazasombras amani llamada Tiramizú, quien desapareció y que pese a los intentos del maestro de bestias en encontrarla, no pudo dar con su paradero, atado en sangre...Hasta hace poco. Tragó saliva, escuchando con el rostro enrojecido, sin saber si se trataba de la fiebre o por ver como el experimentado trol mostró confianza en ella. A medida que sintió como los efectos del veneno menguaban, la profecía de Zulagan resonaba en su mente, martilleante:



“El primero será varón e intentará cazar la luna.

El segundo será ladrón y os robará el corazón.

La tercera, inesperada, grabará su nombre sobre piedra labrada.

La cuarta, bienamada, saldrá siempre bien parada.

Y el quinto, de negros ojos, bailará sobre los despojos.”



    Okena abrió la boca, sintiendo que le fallaba la voz –: ¿De verdad quieres que se cumpla? ¿Quieres que yo sea…?

    – Te llevaría a mi choza, claro.

    Tragó saliva, mordiéndose el labio antes de contestar –: Si vas a llevarme a la choza… serías el primero.

    Zu’kumbo la miró perplejo.

    – Pero estás en una etapa en la que tendrías que haber experimentado de sobra “El Amor de la Jungla”…

    – No me dejé tocar nunca –. Trató de levantarse, un tanto mejor, aunque todavía dolorida. – Nadie en la tribu Lanzanegra lo hizo porque así lo quise.

    Se quedó sentada en frente del Maestro de Bestias, cara a cara. Sus ojos recorrieron su torso, repleto de tatuajes; Zu’kumbo se percató de sus cicatrices. Okena apartó un poco el tirante del arnés y enseñó su hombro derecho.

    – Esta cicatriz me la hizo el orco que mató a mi padre hace tiempo, cuando atacaron las islas –. Luego enseñó sus costados. – La izquierda fue debido a que sangré por primera vez siendo kalari...–. Recordó el ataque de los trols de sangre en las puertas que unía Nazmir con Zuldazar, cuando iban de camino hacia el Jardín de los Loas. Ma’qui la curó, haciéndole un apaño con vendas. – Y este otro ya sabes, la araña, que todavía está curándose… Porque cada cicatriz representa un momento importante en mi vida que no he de olvidar jamás. Y esta noche no deseo apartarla de mi memoria…

    Okena suspiró luego de aquella confesión, volviendo a centrar su atención en los tatuajes de Zu’kumbo.

    – ¿Puedo...Puedo tocarlos? –. Él no se negó, sino que le dio carta libre para hacerlo. Recorrió primero el cuernoatroz de su brazo izquierdo, acariciando su hombro hasta posar la mano en el cuello, con suavidad. La otra estaba situada en el feroz raptor de su pecho, observando con el rostro enrojecido y el corazón palpitando frenéticamente. Finalmente la subió hasta su otro hombro. – Cada tatuaje cuenta también una historia, todo tú puedes hacerlo. Y me gustan las historias –. Sonrió azorada, mirándole directamente a los ojos, brillantes debido a la luz que emanaba de la hoguera.

    – ¿Es la edad un problema? – le preguntó él, posando sus manos en los hombros de la joven. Ella tragó saliva, subiendo las suyas hasta tomarle el rostro.

    – No, no lo es –. Sus rostros se acercaron hasta unir los labios, en un beso torpe al principio por los nervios de la hembra, pero que poco a poco se intensificó a medida que se dejaba llevar por sus sentimientos. Con habilidad, Zu’kumbo empezó a desabrocharle y bajarle el arnés, liberando sus pechos, mientras los contemplaba con una sonrisa sin enseñar sus dientes. Los acarició con suavidad, usando sus dedos mientras ella jadeaba al sentir aquel contacto, estremeciéndose ante el calor que desprendía la piel del trol mientras la brisa marina los envolvía. Okena recorrió nuevamente el torso del macho, intercambiando caricias y besos. Ella temblaba, sin saber cómo seguir, con temor a convertir aquel momento en una experiencia incómoda; Zu’kumbo, en cambio, la tomó de la muñeca y la guió hasta su vientre mientras que usó la otra mano para desprenderse de la prenda que le cubría de cintura para abajo, dejándole vía libre. Tomó con la mano temblorosa el miembro del trol y rodeó los dedos alrededor del tronco, tragando saliva al ser la primera vez que tocaba uno. Abrumada, apoyó su cabeza en el hombro de Zu’kumbo, hundiendo el rostro en su cuello, mientras su mano le acariciaba abajo. Oyó en su oreja los jadeos del macho, quien le acariciaba la espalda, bajando por la columna hasta posar la mano en uno de sus glúteos, amansando con una leve sonrisa.

    Fue un momento de calma, mientras ambos se exploraban mutuamente, conectándose física y sentimentalmente. El aire fresco de la noche no heló sus cuerpos, pero si los impregnó del olor de la sal, mezclado con el sudor que emanaba debido al calor que desprendía la hoguera y la pasión que los había encendido por completo. Zu’kumbo decidió tomarla por los hombros, quedando tumbada en el suelo pedregoso.

    – Maestro… – suspiró entrecortadamente, mientras él le separaba las piernas.

    – Llámame Zu’ku – le contestó, con picardía.

    Su glande rozó el sexo de la hembra, suavemente, mientras se empapaba de la humedad que emanaba de él. Okena se mordió el labio, ruborizada al verlo, siendo una sensación completamente nueva, un tacto distinto al de sus dedos. Repitió el nombre del macho, entre susurros y leves gemidos, ardiendo completamente, mientras un hormigueo recorría su vientre.

    Fue poco después cuando Zu’kumbo se colocó sobre ella, pero con los torsos separados, con la cabeza del miembro colocada sobre la entrada de su intimidad, separando los labios. De alguna manera, aquel momento no solo sería la primera vez para ella, sino que de cierta manera, para él también, después de tanto tiempo atado, ante los loas, a una hembra que desapareció sin dejar rastro. Con las manos posadas sobre los hombros del experimentado trol, sintió el miembro adentrarse en su interior. Fue un dolor relampagueante, que le hizo soltar un chillido inaudible, clavando las uñas en sus omoplatos. No fue una sensación angustiosa, sino que dentro del propio dolor, había placer.

    Al principio, Okena echó la mirada hacia el cielo, estrellado y con una luna resplandeciente; pero al sentir placer una vez el miembro se adaptó a su interior, miró a Zu’kumbo a los ojos, uniendo tanto sus cuerpos como sus miradas, anhelantes. El sonido de ambas caderas chocando se mezcló con el crujido de la madera ardiendo y chispeante, procedente de la hoguera. Las manos del trol sostuvieron su rostro, en caricias, con el ritmo cada vez más rápido, casi embistiendo, fundiéndose en un apasionado beso.

    Él bajó los labios hasta su cuello y clavó sus dientes en él. – Me está marcando – pensó. – Me está haciendo suya –. No hubo miedo, ni arrepentimiento al llegar a esa situación, solo lujuria y éxtasis, dispuesta a entregarse sin duda alguna.

    Las embestidas se intensificaron hasta que ambos cuerpos se estremecieron ante la inminente llegada del placer. Okena rodeó la cintura de Zu’kumbo con sus piernas, atrayéndolo más a ella, mientras alcanzaba el clímax, gimiendo sonoramente. Él acompañó su gemido, llenándola. Abrazados, él dejó caer su cuerpo, todavía unidos.

    Con la mente despejándose, la sensación que recorrió su cuerpo era de felicidad, dejando atrás la desconfianza con la que había convivido desde su niñez.

    Zu’kumbo salió de ella y pudo ver el miembro impregnado de su humedad, entremezclado con sangre; y él sonrió ante aquella escena, tomándola suavemente para que se alzara, quedando ambos sentados cerca de la hoguera, estrechándola con sus brazos y recuperando el aliento.

    Relajó la expresión del rostro mientras apoyaba la cabeza en su pecho y escuchaba sus latidos.

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