Carta de una trol con esperanza [Yz'ma]

    ¿Por dónde empezar? Supongo que decir mi nombre es una buena forma de dar inicio a esta historia. Yz’ma me llaman, curiosamente parecido al de la antigua Suma Sacerdotisa, Yazma. Casualidades que trae la vida, supongo.
    Me crié entre oro y llena de soberbia, educada en una familia dedicada a los designios de Elortha no Shadra, loa de los venenos y el destino. Tuve una infancia feliz, sin complicaciones, estudiando y aprendiendo más sobre mi loa. Era el orgullo de mis padres, sobretodo cuando los hilos de Shadra parecían vaticinar que sería una sacerdotisa.

    No tuve muchos amigos, pero, ¿para que los necesitaba? Pensaba que me esperaba un futuro glorioso. Era lo suficiente egocéntrica e ingenua en creer que podía aspirar a Suma Sacerdotisa, un sueño que me había nublado completamente el juicio. Todo con tal de complacer a Shadra. Mi madre decía que los otros cachorros me tenían envidia por mi talento y mi belleza, y yo me lo creí.

    Aprendí sobre venenos, sobretodo a buscar remedios para curar a los envenenados. Era una sanadora ante todo, pese a mi egoísmo, salvar vidas era lo mío.

    Cuando cumplí los veinticinco, fue cuando llegó la catástrofe a las puertas de Zuldazar. La magia de sangre se infiltró en la gran ciudad y consumió la mente de muchos, incluso a trols de gran poder. Mi padre, un día que me hallaba en el jardín de los loa, me tomó de los hombros y me miró intensamente.        “Nos espera un gran futuro” dijo, provocándome escalofríos. “¿Qué estás diciendo?” pregunté con impotencia. Me confesó que entregó su devoción a un dios de la sangre que respondía al nombre de G’hunn. ¿Qué era de Shadra? Aparté a mi padre y lo enfrenté. “Nuestra vida mejorará, sigamos a la Suma Sacerdotisa y alcancemos la gloria que nos pertence”.

    Jamás.

    Aquel día, mis padres murieron para mí y luché contra los traidores, defendiendo a Shadra con todas fuerzas. Los leales fracasamos y nuestra amada loa murió, para no volver. Un duro golpe del que no me he recuperado todavía. Herida en cuerpo y alma, salvada por héroes de una muerte segura, caí arrodillada ante el templo de Shadra, donde yacía su cuerpo sin vida y lloré. La humildad llegó a mí como un jarro de agua fría. Sin ella, ¿qué era ahora? Mis sueños de ser sacerdotisa y suma sacerdotisa quedaron aplastados ante la dura realidad.

    Una de las pocas amigas que tenía, Zari, me apoyó en aquellos momentos tan duros y luchamos juntas por el imperio y por el rey. Por suerte, la balanza se inclinó a nuestro favor y el dios de la Sangre cayó, asestándole un duro golpe a los trols de sangre y a los traidores a la corona. Nos esperarían días de paz, o eso creíamos. La guerra entre la Horda y la Alianza llamó a nuestras puertas, sumiendo Dazar’alor en una batalla sin cuartel. Humanos y otras razas destruyeron y asesinaron al Rey Rastakhan. ¿Por qué nuestro pueblo debía sufrir tanto?

    La alianza entre el imperio y la Horda fortaleció y fueron muchos los zandalaris que empezaron a luchar bajo el rojo estandarte que los caracterizaba. Pero no todo acabó ahí. El pueblo no veía con buenos ojos a la nueva reina, quien ahora tenía al mismo Bwonsamdi como loa de Reyes, o al menos eso decían algunos susurros entre las sombras de la ciudad. Zari me habló de una “sacerdotisa blanca” que buscaba asestar un golpe en la coronación de Talanji. Yo me negué, como antaño hice cuando mis padres traicionaron a Shadra. ¿Por qué debía de derramarse más sangre? ¿No fue suficiente ver morir a nuestros loas y a nuestra gente? ¿Cuántos debían de perecer para que la paz llegase a nuestras calles?

    Los guardias rastari, cuando se dio el ataque, mataron sin contemplaciones a Zari y a todos aquellos que seguían a la Sacerdotisa Blanca. Me quedé completamente sola y desamparada. ¿Qué iba a ser de mí ahora? ¿Qué destino me aguardaba? Pese a la muerte de Shadra, sus hilos continuaban resistiendo, sin romperse. He ahí la respuesta a mi incertidumbre. Ya no me quedaba nada y dejé de servir al imperio. Podía ser una aliada, pero ya no una sirviente.

    No tenía familia, ni amigos...Pero todavía me quedaba la fe en mi loa, todavía latiendo con fuerza en mi corazón. Solo me faltaba encontrar la respuesta durante mi travesía, viajando por toda Zandalar. Palabras y rumores llegaron a mis oídos y tuve una corazonada.

Mi destino estaba en la unificación de todas las tribus trol bajo un estandarte.

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