Cambiapieles [Okena (Trol)]

    “¿Oyes eso? Es el sonido de una selva llena de vida, frondosa, húmeda. Sientes el peligro a cada paso que das, el aliento del depredador en tu nuca, erizando tu piel. No conoces el lugar, te es nuevo y piensas que quizá es Tuercespina, tal y como te la han descrito los más ancianos de la tribu, o quizá solo sea producto de la imaginación de una joven que le gusta soñar con otros lugares más allá de las islas.     Decides avanzar, con cautela, sabiendo que estás siendo observada y que si sigues con vida es porque tu depredador así lo desea. Por alguna extraña razón no sientes miedo, sino una gran curiosidad que te empuja a seguir explorando tan exótica jungla.

    Un brillo dorado envuelve las hojas de los árboles, casi cegador, como si todavía fuese de día. ¿Qué ocurre? ¿Por qué estás ahí? Quieres descubrirlo y empiezas a correr, saltando sobre las ramas sobresalientes con una agilidad que desconocías tener. Un hambre voraz revuelve tu estómago y empiezas a sentirte poderosa. Quien desea devorarte te persigue, como una sombra.

    La curiosidad por conocer el lugar pasa a una necesidad intensa de devorar carne y buscar a tu líder. El líder de la manada. Ya no existen las Islas del Eco, ni Vol’jin hijo de Sen’jin… ni siquiera tu propia sangre significa algo para ti. Tu familia ahora está en esa selva y la estás buscando mientras dejas atrás al depredador. Sientes un zarpazo en una de tus piernas, pero giras con maestría y le alcanzas el hocico.     Durante unos segundos deja su cuello expuesto y decidida, lanzas una dentellada mortal. La sangre que emana en gran abundancia llena tu boca y te relames, gustosa. Has ganado.

    Y con el rugir del líder de la manada, la selva se disuelve en polvo y el brillo dorado se apaga hasta quedar todo completamente oscuro. Terminas despertando, completamente frustrada por volver a la realidad.”

[...]

    Okena abrió los ojos, apoyada en el tronco de un árbol. Había vuelto a tener ese sueño, el cual la había motivado a dejar las islas y zarpar a Zandalar en busca del sentido de su vida. Ahora podía deducir que la selva era parecida a la de Zuldazar y que quizá, aquel potente rugido que la atrajo era Gonk. No era algo descabellado, ya que desde que tenía uso de razón, le habían hablado de numerosos loas y el líder de la manada no fue la excepción. Recordó entonces que había salido a cazar, en busca de pieles y carne, para honrarle como era debido.

    Cuando se levantó, continuó con su búsqueda, esperando atrapar a un colmisable o una serpiente alada, ambas buenas presas para llevar a cabo su ofrenda. Estaba cerca del poblado, en las orillas del río, cascada abajo. Los peces también podían ser unas buenas presas, además de poder conseguir pesca extra para alimentar a la tribu. – A los cachorros les encanta… –. Con ese pensamiento, paró en seco y se acercó al agua. Le invadió la nostalgia cuando miró su reflejo y pudo observar en él su notable cresta y sus vestimentas, compuestas de piel de oso y de sable. Lejos había quedado aquella joven trol de expresión tensa y desconfiada.

    Recordó que antes de unirse a los kalari, encontró a una sacerdotisa de Gonk, cazando en forma de colmisable, quien al verla, volvió a su forma trol y la cautivó. Sus primeras conversaciones fueron muy tensas porque Okena quería saber sobre el loa, deseaba presentarse a él y ganarse un lugar en el jardín de los loa, pero ella, de nombre So’ja, se negó porque no veía a una “trol inferior” llegar a ser uno de ellos. – No tienes lo que hay que tener – le dijo, con dureza y malicia.

    Okena trató de explicarle el sueño que tuvo y las señales que había captado (o ella las interpretó así) de que su lugar estaba allí, en Zuldazar. Su destino. – No le hagas perder el tiempo al loa. Además, ¿de verdad te crees que llevaría a una extranjera ante Gonk? ¿Hacerle perder el tiempo contigo? Vas a tener que ganártelo, pero dudo que lo consigas, una trol lanzanegra no es digna de estar ante los grandes –. Palabras que pesaron en ella, pero que a su vez, la motivaron a perseguir su destino.

    Y con el pasar del tiempo, Okena vio que hizo avances, pero no como ella habría esperado. Era una cambiapieles, sí, el propio Gonk le otorgó su favor antes de la batalla contra la rebelión zulista, pero aparte, descuidó su entrenamiento y dedicación por sus hijos y las amenazas que acechaban por entonces a la tribu. Había viajado tanto que olvidó el porqué estaba en aquellas tierras.

    Por ello, estaba cazando las ofrendas a Gonk, porque había llegado el momento de pulir su don, de acercarse al loa y demostrar que su fe en él era real, legítimo, leal.

    Se levantó y se alejó del agua. No tardó mucho en captar un sonido, escondiéndose en uno de los arbustos. Antes de que el dueño del ruido se acercarse, la hembra había adoptado su forma felina. Se trataba de un crocolisco que se había alejado del río y deambulaba perdido por los bosques. Okena se relamió los colmillos, mientras tensaba su lomo y en cuanto tuvo al reptil cerca, saltó hacia él, clavando sus dientes afilados en el costado de la criatura. La sangre manó de la herida, pero el animal no tardaría en tratar de morderla a ella.

    Pilló una de sus patas y le devolvió la mordida. Okena rugió, tratando de soltarse infringiendo un arañazo en la cara. Consiguió dañar uno de sus ojos, pero el ser todavía se aferraba a ella. Una competición por ver quien era depredador y quién la presa, pero la cambiapieles no pensaba perder.     Volvió a usar sus dientes, clavándose en las escamas con tanta fuerza que el animal se retorcía, soltandola finalmente. Se subió encima, presionando el lomo con sus patas, sin dejar de morder. La ira creció en ella, quien la motivaba a hundir su dentadura más y más...hasta arrancarle un pedazo de carne.     La sangre manó a raudales, manchando el pelaje de la trol, mientras que crocolisco se retorcía en el sitio. Okena lanzó más dentelladas por el cuerpo de su víctima, hasta que éste dejó de moverse y respirar.

    Una vez asegurado que estaba muerto, Okena regresó a su forma trol y buscó su machete, junto con un saco vacío con el que había estado cargando durante toda la cacería. Empezó a cortar al animal en pedazos, con algo de dificultad por la dura carne, pero lo consiguió y metió los trozos en el saco. Los cargó y volvió al poblado, satisfecha por el resultado, pero con las ideas claras. Una ofrenda a Gonk no iba a ser suficiente y sabía que necesitaba el consejo de alguien que también había entregado su vida al loa: Su macho, el maestro de bestias Zu’kumbo.

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